Por Virgina Woolf
Como ya he dicho que era un día de octubre, no me atrevo a perder vuestro respeto y poner en peligro el buen nombre de la literatura cambiando de estación y describiendo las lilas derramadas sobre las tapias de los jardines, los azafranes, los tulipanes y otras flores de primavera. La literatura debe ceñirse a los hechos, y cuanto más veraces sean los hechos, mejor será la literatura, según nos dicen. Seguía por tanto siendo otoño y seguían cayendo de los árboles las hojas doradas, si acaso más deprisa que antes, porque atardecía (eran las siete y veintitrés minutos de la tarde, para ser exactos), y se había levantado la brisa (del suroeste, para ser exactos).
Fuente: Woolf, Virgina, Una habitación propia, Alianza, Madrid, 2010.