Por Susan Sontag
Mis libros saben lo que, en un tiempo, yo supe en forma caprichosa e intermitente. Y aun al cabo de tantos años de oficio, conseguir el mejor texto en una página no parece en absoluto más fácil. Todo lo contrario. Esta es la gran diferencia entre leer y escribir. Leer es una vocación, una habilidad, cuya práctica te hará, seguramente, más experto. Como escritor acumulas, más que nada, incertidumbres y angustias. Todos estos sentimientos de ineptitud por parte del escritor (al menos, en mi caso) se basan en la convicción de que la literatura es importante, y, por cierto, “importante” es una palabra demasiado pálida. De que hay libros “necesarios”, esto es, libros que, al ir leyéndolos, sabes que volverás a leer. Quizá, más de una vez.
¿Hay acaso privilegio mayor que tener una conciencia expandida por la literatura, colmada de ella, dirigida hacia ella? Libro de sabiduría, dechado de retozo mental, dilatadora de simpatías, registro fiel de un mundo real (y no tan sólo de la conmoción interna de una mente), sierva de la historia, defensora de emociones opuestas y desafiantes… una novela que se siente necesaria puede ser, debería ser, la mayoría de estas cosas. En cuanto a si seguirá habiendo lectores que compartan este concepto elevado de la ficción, y, bueno, “no hay futuro para esa pregunta”, como replicó Duke Ellington cuando le preguntaron por qué actuaba en las funciones matinales del Apollo. Lo mejor es, simplemente, seguir remando.
Traducción de Zoraida J. Valcárcel