Por Orhan Pamuk
Al final, casi todo acaba. Un final, en cierto modo, es una declaración de principios. Como nuestro epitafio en la tumba. Soy novelista, de este tiempo, y debo contar con ello, no como en las grandes epopeyas de la antigüedad, donde las historias podían continuar sin fin y se sumaba, se sumaba… Todo empieza y termina en el individuo, las personas. Cada una nos sugiere un todo. Eso nos otorga una especie de mandato, aunque nos resistimos a que las cosas se cierren. Más si esas historias que contamos le gustan a la gente.
(…) Yo nunca decido el final de mis novelas antes de alcanzar la mitad. Puede que reescriba mucho los comienzos, hasta 50 veces, pero cuando llego al medio y me doy cuenta realmente de qué va, entonces decido el final. Debe aparecer espontáneamente. La naturaleza de los personajes lo da. Aparece con el proceso de la escritura. Les dedico tiempo a las criaturas que pueblan mis historias, me paso con ellos tres y cuatro años, lo voy descubriendo poco a poco, aunque domino plenamente su temática. Los contextos son claros, pero qué les ocurre singularmente a cada uno, no tanto; con quién se casan o se pelean no lo llego a saber hasta un tiempo después. Ahora, cuando se me ocurren, no lo reescribo tantas veces como el principio, sale de una, así… Sin embargo, las primeras frases deben estar muy meditadas.
(…) Yo puedo escribir en cualquier parte. Pero antes, cada historia se va sembrando en la cabeza, bien sedimentada en la memoria o sobre la marcha. Tomas notas, debes estar atento a cada paso, porque te sobrevienen capítulos, situaciones. Aunque la mayor parte de los detalles llegan mientras estás sentado, redactando. O soñando también. Pero lo importante en el trabajo, mientras estás ante el papel, es que te concentres en todo ese mundo y convivas con él mientras la vida sigue en otro sitio.
(…) Nuestra imaginación es nuestro negocio, nuestro modo de vida, y eso nos hace también ser conscientes de que la realidad, a los escritores, no nos hace felices. Eso nos convierte en seres muy afortunados, porque existe mucha gente a quien la vida le desmoraliza y no pueden recluirse en un mundo literario. Nosotros sí. Llevo 40 años haciéndolo. Me siento a la mesa, con mi café, y ahí estoy preparado para cualquier cosa. ¿Lo llamas obsesión? Bueno, a mí no me gusta, duermo bien, pero aunque me quite el sueño, no lo llamaría así. Si no logro cerrar los ojos, muy bien, me levanto y, en pijama, me pongo a resolver lo que sea. En ese trance, ni leo los periódicos; me molestan las malas noticias y están llenos de ellas.
(…) Las historias llegan a mí de una manera natural, me limito a seguirlas y a controlarlas. Confío mucho en mi imaginación, mis visiones, mis sueños, pero debo evitar que se descontrolen, se extralimiten. También la lectura de asuntos relacionados con lo que escribo aumenta mi inspiración, influye mucho en mí el ánimo de cada día. Me afectan a veces los bloqueos, entonces me aparto de según qué y regreso a ello cuando salgo de ese estado. Voy saltando de personaje en personaje dependiendo con quién quiera estar, especialmente me ocurre eso con los personajes femeninos.