Por David Leavitt
Yo trabajo los diálogos cuando escribo; tiene mucho que ver el oído y cómo suenan las palabras en mi mente. El diálogo logrado no es una transcripción literal del mundo real, sino que viene de las voces interiores que habitan al escritor. Lo mejor que he leído acerca del diálogo son unas notas de Elizabeth Bowen, que decía que el escritor no puede dejar que la gente “hable”. El diálogo debe ser puntiagudo, intencional, relevante. El lector interpretará lo que los personajes están diciendo, más allá de lo que dicen las palabras de la superficie.
(…) Yo intento no usar palabras obscenas o vulgares. El escritor noruego Karl Ove Knausgard plantea la cuestión de abandonar la elegancia en la escritura para escribir de una manera desprolija. Este aspecto es un poco controversial porque hay una pregunta que nos interpela a los escritores: ¿es importante el estilo? Yo creo en el estilo, yo no puedo abandonar el estilo, la elegancia. Pero ahora entre los escritores jóvenes está de moda escribir mal. Y cuando se les reprocha lo mal que escriben dicen: “yo escribo como Knausgard” (risas). Se ha convertido en una excusa para los malos escritores.
(…) El estilo es importante más que nunca en esta época digital en la que cualquier persona puede escribir un texto, aunque no pueda hacerlo de una manera bella, inteligente, como un escritor. Un escritor como Knausgard pone en cuestión el estilo: ¿es posible renunciar al estilo? Quizá sea posible para él renunciar al estilo, pero tratar de imitar a Knausgard puede ser peligroso. Mi escritora preferida, Cynthia Ozick, tiene una gran frase: “la influencia es una perdición”. Y perdición es una palabra bíblica.