Por Lydia Davis
Nunca quise ser novelista, siempre quise escribir cuentos cortos, pero está esa novela —El final de la historia—, que llegó tal cual, como una historia larga y así era como se tenía que hacer. Desde siempre me identifiqué con las historias breves; sin embargo, tengo muchos proyectos y no descarto para nada la escritura de otra novela.
Cuando escojo los temas no estoy pensando en lo que quiero decir. Me doy cuenta que todo viene de una forma indirecta. Hay un cuento que se llama “Las vacas”, que surgió de verlas, que estaban muy cerca de casa. Solo estaban allí, paradas, y me gustaba mucho verlas, y al escribir el cuento me di cuenta que hablaba sobre cómo tratamos a los animales, que debemos ser buenos con ellos. Eso es lo que quería decir, aunque no me hubiese dado cuenta: el material viene primero y luego te das cuenta de lo que quieres decir.
Leo mucha poesía, tengo muchos amigos poetas. Sobre todo, me gusta mucho la cualidad de la poesía de hablar de la naturaleza y del paisaje, pero lo que más me gusta es la economía del lenguaje, que con muy poco puedas decir mucho.
Disfruto mucho traducir, entrar al estilo de otro escritor; por ejemplo, cuando estaba traduciendo a Proust, hacer esas oraciones largas, esa estructura rígida, esa forma impulsiva con algunos temas, lo opuesto a lo que yo misma hago. Disfruto todos los tipos de escritura, sobre todo cuando entro en otra cultura, en otra lengua, es una forma de viajar, de salir de tu casa, estar en otro lugar con diferentes sonidos y tradiciones.