Por Hugo Correa Luna
En el artículo “El fraude de los talleres literarios” publicado en la Revista Ñ del 7 de marzo de 2014, un tal Andrés Hax denuncia que el 99,9% de los talleres literarios son un fraude, una estafa. Esa generalización brutal, hecha bajo formas del derecho penal, merecería más pruebas que la pobreza argumentativa y la deshonestidad o pereza intelectual del periodista.
Voy a revisar sus argumentos. El primero de ellos –un viejo truco de la argumentación– es recurrir a la cita de una autoridad, que tiene por fundamento el hecho de que es la afirmación de un experto o alguien de reconocida formación para opinar. En el presente caso, Hax cita a Kureishi:
Si quieres escribir lo que tendrías que estar haciendo es leer la mayor cantidad de literatura buena que puedas, por años y años, en vez de malgastar la mitad de tu carrera universitaria escribiendo cosas que no estás listo para escribir.
Como este año van a ser treinta y cinco ya que llevo coordinando talleres –ocho de ellos en la universidad–, creo que tengo derecho a opinar, a examinar las palabras de Kureishi. Por supuesto, coincido en eso de leer la mayor cantidad de literatura buena –aunque también de la mala se aprende mucho–, pero en definitiva a escribir se aprende escribiendo, y sin duda escribiendo cosas que no se está listo para escribir, porque sólo haciéndolas se puede llegar a estar listo –sea lo que sea estar listo–. De manera que no hay ningún malgastar de nada en eso. Cualquier escritor, haya ido o no a un taller, se pasa años de fracaso en la escritura antes de “estar listo”, porque nadie nace listo. Además, esa exclusión de la escritura que pide la frase de Kureishi en favor de la lectura también es revisable: hay mucha gente que, por edad, por dedicación, por entusiasmo, ha leído mucho más que muchos de los grandes escritores pero no se ha convertido por eso en escritor, bueno o malo.
Se pregunta después el periodista:
¿Vale la pena pagarle a un experto para aprender a escribir? Sea en una prestigiosa institución estadounidense o europea, o directamente en el acogedor taller de un escritor semifamoso de la ciudad donde cada uno vive.
Y se responde:
La respuesta es fácil y consiste en la lista de los grandes escritores y escritoras de toda la historia humana antes de 1936. Algunos de los nombres son: León Tolstoy, William Faulkner, Franz Kafka, Arthur Rimbaud, Virginia Woolf, Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges, William Burroughs, Emily Dickinson, Samuel Beckett, Cormac McCarthy, Julio Verne, Victor Hugo, Gertrude Stein, T. S. Eliot, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Ezra Pound, Octavio Paz, Benito Pérez Galdós, F. Scott Fitzgerald, Charles Bukowski, James Joyce…
Entendieron la idea. Ninguno de estos autores fueron a un taller, ni menos pagaron dinero para pedir permiso de sentarse a un escritorio y escribir. ¿Hay más debate posible contra este argumento? No es original, pero nos parece definitivo.
Dejemos aparte la ironía tontita del acogedor taller de un escritor semifamoso y vayamos a cuestiones más medulares. Hax incurre en la poco común lucidez de encontrar fácil respuesta a cuestiones que debería revisar mejor. Casi todos esos escritores que cita, bajo la forma de una casuística aplastante, sostenían discusiones literarias, se leían, se criticaban y ponderaban, con análisis muy finos; nos han legado algunos, cuando fueron públicos o epistolares, pero muchos de esos intercambios eran orales. Seguramente que de ahí tomaban ideas, se corregían o se refirmaban. Ocurrió entre Borges y Macedonio, entre Bioy y Borges. Probablemente, entre Verlaine y Rimbaud; seguramente, entre Aira y Lamborghini. Por ahí circula, en internet un archivo en donde Fogwill critica –en una escena típica de los talleres– y discute con Nielsen un cuento de este.
Eso es lo que ocurre en un taller. El taller lo que hace es institucionalizar ese espacio.
Pero además este argumento de Hax contiene de manera implícita mitos y falacias que quiero revisar. Voy antes a una conocida justificación de la existencia de los talleres: existieron siempre talleres de plástica, conservatorios de música, de formación de actores; ¿qué de distinto, de específico, tiene la literatura para que no sea aceptable en ella esa modalidad? Según parece, la imagen, la música, la actuación, no son dadas naturalmente y requieren un aprendizaje. Sí, en cambio –y esta es la falacia, el mito–, la palabra es inherente al hombre, incluso el contar historias –pero esto ya en el sentido de que le es inherente también la imagen, la música, la actuación–. Saber redactar, sin embargo, no es saber escribir: la literatura es un complejísimo sistema de artificios que no se dominan tan naturalmente y que requieren oficio y nociones. Uno puede incorporar ese sistema a fuerza de visitar manuales de retórica, de opiniones de escritores, de reflexiones académicas o de la experiencia, pero todo eso también puede verlo en un taller y discutirlo –enriquecerlo– con las opiniones y puntos de vista de los demás.
En cuanto a lo definitivo e incuestionable del argumento, el propio periodista acepta que algunos escritores han tenido formación en los talleres: Jeffrey Eugenides y Junot Díaz, más la inclusión de D. F. Wallace –como un clavo más para el ataúd de los talleres–. Esto es también un truco argumentativo, llamado concesión, que consiste en aceptar que hay excepciones y de ese modo refirmarlas sobre todo como excepciones, lo que en suma implica que se puede establecer una afirmación como cierta en sus rasgos generales. En realidad, son muchos más: Carver, Ishiguro, Claire Keegan, afuera; tantos de los nuevos escritores que aparecen ahora en nuestro país.
Acude a otra falacia: “la insistencia popular [en] que no se puede enseñar a escribir”. ¿De dónde saca Hax tal insistencia? No se ve a la gente muy preocupada por el tema, pero además incurre en otro truco argumentativo, en este caso además populista, que reside en la opinión de la mayoría. Frecuentemente, la llamada doxa –opinión general– fracasa en materias que tienen una especificidad técnica o filosófica, frente a la episteme que es aquello que afirman los que han reflexionado y se dedican a una disciplina.
Toma también un tema que ya he tocado más arriba, que es el de la música y la plástica:
Si uno puede “aprender” a tocar el violín o a pintar, uno puede “aprender” a escribir aunque ningún proceso de entrenamiento externamente inducido puede asegurar que lo hará bien.
Por supuesto, se trata aquí de una afirmación inverosímil, incomprobable, de difícil análisis debido a la mala redacción del autor. De cualquier forma, el encomillado de “aprender” se pretende irónico y necesita de ese énfasis para afirmar temerariamente su conclusión, que sin embargo debería leerse así: no se puede saber qué hubiera ocurrido sin ese entrenamiento. Y si se lee así, Hax no ha probado nada. Simplemente, ha tomado partido por una idea, más como un fiel que con rigor intelectual, y se ha empeñado en darle un barniz de verdad incontrastable, bajo la argucia de dos o tres artificios del género argumentativo, que me he ocupado en señalar, y el tremendismo de una acusación penal.
Me gustaría saber, en primer término, a cuántos talleres ha asistido el periodista, cuál fue su experiencia para ser tan tajante. Pero veamos, en un taller varias personas se reúnen semanalmente para leer lo que escriben, bajo la coordinación por lo común de un escritor. Ahí, se critican, opinan, surgen temas retóricos o problemas de la ficción, cuestiones técnicas que se amplían, que llevan a veces a la lectura de algún escritor que pareció enfrentar una dificultad semejante. El tallerista recibe así una multiplicidad de puntos de vista acerca de lo suyo, lee obras que remiten a sus intereses, está entre otros que se plantean las mismas cosas, se encuentra con la experiencia de un escritor. ¿Todo esto no le sirve para nada? ¿No va a incorporar nada de eso? ¿No recibe en forma concentrada, por así decirlo, lo que tal vez sin un taller, sin discusión, etc., tardaría años en encontrar?
Por supuesto, ningún taller fabrica talento. Por supuesto, un talento probablemente aun sin el taller alcanzará a ser escritor, signifique esto lo que signifique, pero es también probable que con el taller acorte camino. La formación de un escritor es muy larga y exige disciplina, autocrítica y crítica. El taller suele ser una breve intervención en ese trayecto. Pero además un taller, por lo menos mis talleres o los muchos que conozco, no andan prometiendo que se saldrá escritor de ahí. Sí que se practicará y aprenderá aquello transmisible que es necesario para un escritor.
Además, hay muchos asistentes a los talleres que no tienen aspiraciones de escritores, pero que quieren aprender cómo se hace por el simple gusto de hacerlo. Nadie les prometerá otra cosa, pero sí habrá algunos talleres a los que sólo les interese trabajar con aquellos que tengan tal aspiración. Pero tampoco garantizarán el resultado sino los conocimientos, la dedicación que pueden darles.
Ni siquiera en los cursos de Casa de Letras, de los que formo parte, y donde se dicta una carrera para la formación de escritores se pretende otra cosa que no sea dotar de técnicas, procedimientos, lecturas y práctica, mucha práctica, a quienes tengan esa aspiración, pero no se da talento ni un título de escritor.
Afirmar, entonces, que los talleres son un fraude, una estafa, es una acusación muy seria, que hace necesario un estudio pormenorizado de lo que es adquirible y lo que no; y, en el caso de lo adquirible, cuánto beneficia el taller frente a la idealizada e individualista y a veces de manera inevitable autodidaxia. Desde ya que, si algo es adquirible por métodos autodidactas, lo será también por otros medios como es el taller.
También es cierto que debe haber talleres guiados por inescrupulosos, como hay periodistas, médicos, abogados, cocineros inescrupulosos. Pero decir que el 99,9 % son estafadores es una acusación muy fuerte para soltar con liviandad, sin pruebas, a vuelo de pájaro, muy mal escrita, y porque a un escritor como Kureishi se le ocurrió decir algo que no se sostiene desde ningún lado.
Como soy uno de los imputados de estafador, me gustaría que el señor Hax ampliara, o denunciara concretamente cada caso.