Como escritora, tolero el error, los malos resultados, el fracaso. ¿Qué importa si fallo a veces, si un cuento o un ensayo no son buenos? A veces las cosas van bien, el trabajo es bueno. Y eso basta.
Sólo que precisamente no tengo la misma actitud con el sexo. No tolero el error, el fallo — por lo tanto estoy ansiosa desde el principio, y por lo tanto es más probable que falle. Porque no confío en que a veces (sin que yo fuerce nada) será bueno.
¡Si pudiera sentirme respecto del sexo del mismo modo que me siento con la escritura! Que soy el vehículo, el medio, el instrumento de una fuerza ajena a mí misma.
Vivo la escritura como algo que se me da — a veces, casi, como un dictado. Dejo que sobrevenga, trato de no interferir con ella. La respeto, porque soy yo y sin embargo es más que yo. Es personal y transpersonal, ambas.
Me gustaría sentirme también así con el sexo. Como si la «naturaleza» o la «vida» me usaran. Y confío en ello, y me dejo usar.
Una actitud de renuncia a una misma, a la vida. Plegaria. Deja que ocurra, sea lo que fuere. Me entrego a ello.
La plegaria: calma y voluptuosidad.
En este sentido no hay lugar para la vergüenza y la ansiedad en relación a cómo el pequeño yo se desempeña a la luz de alguna norma objetiva de rendimiento.
Hay que ser devoto del sexo. Entonces nadie se atreve a tener ansiedad. La ansiedad nunca se revelará en su esencia — tacañería espiritual, mezquindad, estrechez de miras.
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Fuente: Sontag, Susan, La conciencia uncida a la carne. Diarios de madurez 1964-1980, Random House, Barcelona, 2014, traducción de Aurelio Major, vía edición digital en Lectulandia, pág. 34