Por Amelie Nothomb
A veces parto de una frase que leo en los periódicos, o de un episodio autobiográfico del que tengo necesidad de hablar o de algún hecho insignificante que me lleva a pensar en algo y de ahí sale una historia que me divierte desarrollar. Lo comparo con un objeto que está en el fondo del mar y de repente emerge a la superficie para que yo lo vea y… ¡me quedo embarazada otra vez! Mi sensación es justamente esa, la de estar permanentemente encinta y así llevo más de la mitad de mi vida.
(…) La mayoría de escritores dejan pasar un tiempo entre libro y libro, yo no espero nada. Necesito no parar, estar siempre en activo. Supongo que ahí debe haber algún miedo oculto al horror vacui.
(…) Nunca había escrito nada antes de los 17 años. A esa edad me inicié y lo hice directamente en forma de novela, no de diario o de poesía que es lo habitual en la adolescencia. En esa época yo acababa de instalarme en Bruselas (ciudad de la que procede mi familia materna y paterna) para estudiar en la universidad, pero no me sentía europea sino japonesa, ya que nací en Japón y allí pasé mis primeros años. Dado que hablaba fluidamente el japonés tenía como meta acabar los estudios para regresar a Tokio y trabajar como traductora-intérprete del francés y el inglés al japonés. Al cumplir los 21 años lo hice y mi experiencia fue desastrosa, lo cuento en Estupor y temblores, que escribí años más tarde. Entonces regresé a Bruselas, tenía 23 años y me sentía una fracasada. No sabía qué hacer con mi vida y decidí explorar la vía de la escritura, ya que tenía a mis espaldas diez novelas escritas, que nunca había publicado.