Por Claire Keegan
“La mayoría de mis historias no son autobiográficas, pero me gusta mucho que la gente lea los cuentos pensando que me pudo haber pasado a mí. Un consejo muy común que se les da a los escritores es que escriban sobre lo que conocen, pero a mí me interesa más escribir sobre lo que no conozco”.
“Admiro muchísimo a Chéjov, sus cuentos son muy compasivos, muy humanos; se relaciona con las personas y no las juzga. Entiende mucho la fragilidad y dureza de la vida, pero al mismo tiempo es tierno, amigable y nunca racionaliza ni explica las emociones”.
“Escribo muy despacio, hago como treinta borradores de una historia, me lleva mucho tiempo convertir una historia en cuento. Para transformar una historia en un cuento, hay que sacarle muchas cosas de modo que parezca que el cuento se desmorona, pero sigue ahí. Una buena historia es la que está casi incompleta y parece frágil. Es como la diferencia entre sentarse al lado de alguien que no para de hablar, y que sabés que no va a decir nada importante, o sentarte al lado de alguien que está muy callado y probablemente te va a decir algo. Nos pasamos la vida hablando, pero la mayoría del tiempo no decimos nada. Un cuento revela lo que no se dice”.