Por Carmen Martín Gaite
A mí me da miedo caer en la pesadez y la incoherencia. Me da miedo convertirme en alguien que no controle su inteligencia. Me gusta la gente inteligente y divertida y me horrorizan los pesados. Me gustan los escritores con los que puedo hablar de literatura, como Vila-Matas, Chirbes o Belén Gopegui (en tiempos pasados, dice, eran Antonia Dans, Mayra Owisiedo, Josefina Rodríguez), y huyo de los que sólo hablan de tiradas, contratos y dinero. Huyo también de la oscuridad en la literatura, de esa tendencia a escribir complicado y difícil, tal vez por ser tan fácil. Persigo la frescura, la credibilidad y la coherencia, sobre todo la coherencia. Y no te quepa duda de una cosa: es más fácil imitar a Faulkner que a Arniches, por ejemplo, y está tirado llenar la narración de pistas falsas, como hace Robbe-Grillet, que me parece detestable.
La narración oral, que los escritores rusos han dominado como nadie, es el aspecto fundamental de mi obra. Ese ‘me parece que me estoy desviando, pero espérame que ahora vengo’ lo he aprendido en Chejov. Me gusta ir avisando al lector que tal o cual personaje va a tener interés. Porque me gusta mucho que el lector me siga. Yo pienso mucho en el que me va a leer, soy muy considerada con él, que bastante favor me hace leyéndome. Que una historia sea creíble no quiere decir que sea realista, ni hace falta que sea verosímil.