Por Luis Sepúlveda
Como lector soy ordenado, pero siguiendo mi orden, que es muy simple: los libros que compro o recibo —y recibo muchos— los coloco uno encima de otro y voy sacando el de más abajo. En verano me agrada leer en el jardín de mi casa, tirado en la hamaca, leo en la cama, para los viajes cargo libros en el ebook, que es un buen invento. Escribo todos los días, la meta es una buena página, pero buena de verdad al día, y si son dos, mejor. En verano me gusta levantarme temprano, salgo a trotar una hora por la playa de Gijón, desayuno y a las 9 de la mañana estoy sentado frente a mi escritorio. Las ideas, las primeras ideas de lo que serán textos literarios los escribo a mano, en una Moleskine, y con una Mont Blanc de pluma ancha y tinta negra. Luego paso al computador, imprimo, corrijo en papel, y vuelta a la libreta o a la pantalla. En invierno escribo más de noche, entre las 8 de la tarde y las 2 de la noche estoy en el escritorio, o en la cocina de la casa cuando estoy haciendo apuntes en la Moleskine. Divido el tiempo entre escribir y vivir. Vivir es hablar con los hijos y los nietos vía Skype, ya que todos viven lejos, en Alemania, Suecia, Ecuador y los Estados Unidos, ver algún amigo, salir con el perro, jugar con el gato, cuidar las plantas del jardín, oír música, ver alguna película y escuchar algún poema de mi compañera Carmen Yáñez, que es una gran poeta.