Por Laurie Anderson
Contar historias fue una parte muy importante en mi infancia. Tenía una hermana menor que nunca podía dormir y por eso empecé a contar cantidad de historias acerca de una chica llamada Julie Marie. Le creé una larga historia, casi épica. Hace poco pensé que tal vez debería poner por escrito esas historias, porque estaban llenas de locuras. En mi familia tenías que hablar. Eramos ocho hermanos y hermanas, y se esperaba que cada uno contáramos lo que ocurría en nuestras vidas.
Las historias también pueden ser sospechosas en su dosis de verdad. Uno de mis abuelos contaba que había llegado de Suecia a Chicago, por sí solo, a los ocho años. Decía que abrió un negocio de caballos a los nueve y que se casó a los diez. Era un poquito mentiroso, así que siempre teníamos ciertas reservas cuando contaba sus historias. Creo que había otra cara de la versión heroica que él contaba. Existe la posibilidad de que haya escapado de alguna parte, o que haya sido expulsado. Ni siquiera tengo la certeza de que fuera sueco. Hablaba el idioma con nosotros, pero realmente no sé más.