Por Olga Orozco
Siempre digo que empecé a escribir cuando no sabía hacerlo todavía. Me inquietaban muchas cosas, era una niñita medrosa, bastante tímida, llena de preocupaciones por todos los fenómenos que me rodeaban y que nadie podía explicarme satisfactoriamente. Por ejemplo, me preocupaba si un pájaro desplegaba el cielo, ese tipo de cosas. Como no me daban respuestas convincentes, empecé a contestarme yo sola; ahí ya estaba cantada mi vocación. Mi madre anotaba algunas veces mis consideraciones acerca de esos fenómenos, mis diálogos con ella; pero cuando fui un poco mayor y empecé a tomar en serio lo que estaba diciendo y a escribir, me puse muy autocrítica, muy exigente, y ya no dije esas cosas en voz alta. A los quince años, mamá me dio un montón de papeles con las anotaciones de mi infancia; estaban mis diálogos y mis opiniones sobre todo lo que me rodeaba. Lamentablemente hice una pira con todo; ahora me gustaría tenerlos…
[Mi primer poema] Creo que lo compuse a los doce o trece años, por lo menos el primero digno de ser tenido en cuenta. Se refería a un jardín en otoño, a una caída de pétalos… Era simplemente la escritura de una niña; recuerdo el clima, pero no el poema.
Yo estoy con ese dicho de los españoles: “Boca que besa no canta”. Cuando he escrito la felicidad, es que la felicidad pasó, salvo en los relatos de infancia. Pero más que por el dolor, creo que mi poesía está movida por un afán de conocimiento por vías que no son las del razonamiento; escribo por afán de saber, para poder mirar un poco hacia el otro lado de este mundo. Es algo que nunca va a poder conocerse, pero hay ciertas intuiciones, ciertas sensaciones a las que trato de llegar a fondo.