Por Enrique Vila-Matas
Se ha venido diciendo que el XIX es el siglo de la novela, pero es más que probable que el verdadero siglo de la novela haya sido el XX. Es en ese siglo donde alcanza su mayor esplendor. Empiezan en el XIX Flaubert, Melville y otros, pero en el siglo pasado están Proust, Joyce, Musil, Nabokov, Beckett… Digamos que esos autores, y otros, llevan a la novela a una especie de exploración extraordinaria de las posibilidades que el género narrativo permite. Y, como percibiera con suma agudeza Juan José Saer, a partir de esa exploración, de ese despliegue, el género se abre cada vez más. Y deja de haber una sola forma de escribir novela, ya no hay formas lineales y relatos estructurados a partir de las personas del relato excluyentes unas de otras, sino que todas las posibilidades de relato, todos los puntos de vista, todas las perspectivas pueden introducirse y desarrollarse al infinito. Y en ese sentido ya no estamos frente a un fenómeno de vanguardia, sino que las vanguardias, y en esto sigo citando a Saer, por esa apertura que produjeron, permitieron entender la forma narrativa de una forma abierta. Isighuro decía que la vanguardia estuvo bien, pero significó lucha, enfrentamiento, borrar al otro. A mí actualmente me gusta, más que la ruptura, el incorporar todo aquello que me gusta, sin mirar si es de vanguardia o no. Juntar, por ejemplo, al Saunders de Lincoln en el Bardo con los Diarios de Gombrowicz, las teorías de Walter Benjamin y el estilo de Henry James. Parece esto incompatible pero no lo es en absoluto.
Una historia de ficción solo tiene que ser verosímil y que el lector se la crea. Pero nunca he tenido muy claro el papel de la ficción. Porque, si lo tuviera claro, ya no creo que probara a ver qué es una ficción, que es precisamente a lo que me dedico cuando trato de escribir una.