Por Zadie Smith
Todos los escritores desean agradar a la gente, aunque por fortuna no de una forma tan enfermiza como los actores. Al mismo tiempo hay una parte de mí que se resiste con uñas y dientes a darles a los lectores lo que quieren. Diría que en todo aquel que late una cierta vena artística se produce una batalla entre el instinto de complacer y el deseo de ponerse serio.
La escritura no es algo tan personal para mí. Le suelo dar vueltas a una serie de ideas y busco la manera de expresarlas a través de un marco ficcional concreto. Vivimos en una cultura que se dedica constantemente a avergonzar públicamente a las personas y quería que el tema encontrara su sitio en el libro. Me da la impresión que a la gente le encanta avergonzar al prójimo pero no suele avergonzarse de sí misma. No me identifico con la gente sobrada de confianza. ¿Quién no tiene remordimientos? Los sociópatas. Escribir es atreverse a ser honesto con uno mismo y abrir la posibilidad a descubrir que uno no es tan buena persona como sospechaba. No todo el mundo está dispuesto a ello. Lo vemos en internet donde hay tantos individuos señalando con el dedo a los otros para evitar que se fijen en ellos.
He conseguido superar la frustración de no tener tiempo para nada, de que escribir no ocupe tanto espacio en mi vida como desearía, que, de hecho, es lo último que hago después de mis hijos, mi marido, mis clases, mis viajes… Pero yo tomé esas decisiones y no tengo derecho a quejarme. Escogí la vida real.