Por Hanif Kureishi
Hace poco me compré la autobiografía de Billy Idol. Yo era distinto a todos aquellos punks. Era muy estudioso y leía mucho. Ellos eran gente sociable, que es un elemento clave si formas parte de una banda. Pero para ser escritor, tienes que estar sentado en tu casa. Todo el día. En pijama. Y tienes que pasar años así, desconectado de todo. Yo ya tenía esa disciplina, y me gustaba. Sigue sin importarme pasar el día entero sentado en mi despacho.
Si eres astronauta, no puedes tener vértigo. Estar solo va conmigo. Si no va contigo, es imposible hacerlo. Incluso cuando trasnochaba escribía durante el día. Mi padre era distinto a los demás padres, porque era inmigrante, y habíamos venido a Inglaterra a triunfar. No habíamos viajado desde Pakistán para que nos lapidaran, como decía mi padre; eso ya lo podíamos haber conseguido allí. Veníamos aquí a trabajar, a labrarnos una posición en Inglaterra, a tener éxito. Era el credo familiar.
Para mí no es terapia. Es trabajo. No me siento allí con la intención de entender mi vida. Solo es terapia en el sentido de que es algo que me encanta hacer, y por tanto me sienta bien, y por añadidura mantiene a mi familia. Lo que, por supuesto, es altamente terapéutico. Miro mi hogar y me digo: “Esta puta casa la conseguí escribiendo putos relatos. Es alucinante”. Te sube la moral hacer algo que haces bien. La terapia es la propia creación.