Por Georges Simenon
Mi existencia está cortada en períodos de quince días. En cada período, escribo una novela entera. El primer día, paseo, solo y al azar. Corro, me siento o camino. Husmeo a la gente que pasa. Cito a mis personajes. Los presento unos a otros. Miro. Cuando vuelvo a casa luego, tengo el “punto de partida” de mi historia, el “lugar” en que se desarrollará la acción, y su “atmósfera”. No necesito más. Me acuesto. Duermo. Sueño. Mis personajes crecen dentro de mí, sin mi ayuda. Pronto dejan de pertenecerme: tienen vida propia. A la mañana siguiente y los días siguientes, no tengo que hacer otra cosa que convertirme en su historiador. ¿Le he dicho ya que mecanografío yo mismo mis libros, directamente, sin pasar por la escritura manuscrita? Pocos retoques y modificaciones. Mis libros salen de un tirón.
Siempre escribo sin plan; dejo a mi gente actuar y evolucionar a la historia según la lógica de las cosas. Mis novelas tienen por regla general doce capítulos. Escribo un capítulo todas las mañanas, no más. Eso me lleva hora y media solamente; pero luego quedo “vacío” para el resto del día. Bueno, doce capítulos, doce días, y ya está terminado; con el día de preparación, trece días. El día decimocuarto, releo mi libro. Corrijo los errores de máquina, la puntuación, una decena de palabras en todo el libro. Y llevo el texto a mi editor. El decimoquinto día, recibo a mis amigos, contesto a las cartas que me han llegado durante la quincena y concedo entrevistas. Y todo vuelve a empezar de la misma forma, durante la quincena siguiente.
Fuente: Calle del orco