Por Pedro Lemebel
(…) me muevo en los bordes escriturales, en las fronteras de los géneros. Navego entre las fronteras sexuales y literarias. Mis escritos se tambalean y se equilibran entre el periodismo, la literatura, la canción o la biografía. Son materiales bastardos que pongo en escena dentro de este templo sacrosanto de la literatura chilena, porque en Chile la literatura tiene esa aura, tiene esa mística, tiene como un nirvana estético y más aun teniendo a todos estos próceres de la poesía; creo que por eso no escribí poesía. Hubiera sido muy difícil trepar este tremendo falo literario de Neruda, Nicanor Parra, Huidobro.
(…) No puedo evitar mezclar lo literario con lo social, pero hablando de lo literario yo en ese momento escribía cuentos, no sabía de la existencia de la crónica, de esa especie de abanico de posibilidades; yo pensaba en las posibilidades del cuento o de la novela. Hasta ese momento mi escritura respondía al cuento y así me iba bien, pero yo necesitaba hacer un corte y ese corte tenía que ver con la elaboración de un discurso que en este caso es el Manifiesto al que te refieres, que preguntará ¡¿qué pasó con nosotros?! En lo literario ese Manifiesto fue para mí una puerta para que mi escritura transitara libremente con mi deseo biográfico.
(…) La crónica me abrió la posibilidad de jugar con diversas escrituras, me permitió tomar esto del desafío escritural como un desafío lúdico, no tan grave. Yo no estaba conectado con el cosmos cuando escribía. Además, para mí la relación con la ciudad ha sido muy fuerte, yo escribo en un balcón junto a una calle con mucho tráfico, con mucho ruido y eso tiene que ver mucho con que la ciudad y su bulla intermitente entre también en el texto.
(…) Me carga la ficción, no soporto la ficción. Con los cuentos he escrito ficción y me iba bien, pensaba que a la gente le encanta que la literatura lo saque de este mundo, es como encender una pantalla y creerse “Alicia en el país de las pesadillas”; pero ahora pienso que es más interesante la realidad.