Por Clarice Lispector
Lo que siento es que un libro, una vez terminado, pasa a tener vida propia. Es como el cachorro de un animal. La realización del libro sea cual fuere su contenido -el de un cuento o el de toda una novela- siempre es algo doloroso. Un proceso angustiante. Terminado este sufrimiento, o sea consumado el parto, quiero que el libro salga por ahí, que se las arregle. No retrabajo el estilo, no retoco nada.
(…) No hay condiciones ideales para escribir. En mi caso particular, empiezo un relato cualquiera y termino totalmente ganada por él. Ahí comienza el proceso que para mí es penosísimo. Hay un detalle: ese proceso se desarrolla allí, en aquel sofá donde yo me siento con la máquina de escribir en la falda. Así escribo siempre con la máquina de escribir sobre la falda. Cuando mis hijos eran pequeños, escribía mientras los cuidaba o sea con ellos potreando a mí alrededor. Siempre quise evitar que ellos tuvieran de mí la imagen de una madre escritora. Escribía entonces cerca de ellos. Tratando de no aislarme. Se puede imaginar lo que eso significaba; interrupciones a cada instante, uno que venía a pedirme que le cuente un cuento, otro que venía con preguntas locas, típicas de los niños. Así trabajo yo. Las condiciones ideales están dentro de cada uno.
Siempre rechacé los llamados “medios intelectuales”. Tengo amigos escritores, pero en primer lugar son amigos y después escritores. Nunca me acerqué a nadie por el hecho de que, como yo escribiera. Me repugna el mundo superficial de los literatos, no me mezclo con ellos. Soy una persona, amiga de otras personas. Y hay otra cosa que quiero decirle: escribir para mí es algo natural aunque extremadamente angustiante, penoso. Soy una mujer que escribe porque para mí escribir es como respirar lo hago para sobrevivir. Tal vez por eso no me guste hablar de mis libros. Lo que tenía que decir está en ellos: y fue tan difícil escribirlos.
Mucha gente se acercó a decirme: ”Qué hermoso aquel libro suyo, ¡pero qué complicado! Dígame: ¿qué quiso decir con tal frase o con tal imagen?” Yo siempre contesto con otra pregunta: “¿Y usted qué entendió?” No creo en soluciones ni en explicaciones absolutas. Creo, eso sí, en la interpretación de cada lector. En mi opinión, un libro – o un cuadro, o una melodía, o una película- no puede, no debiera pasar desapercibido. Yo quiero que cada uno entre en el relato, en el conflicto. Y que a partir de allí, encare de una manera personal lo que yo escribí a mi manera. ¿Se entiende?