Por Carson McCullers
La función del artista es excusarse por su propia visión autóctona y, una vez hecho eso, mantenerse fiel a esa visión. (A riesgo de dar la sensación de que pontifico, utilizo las palabras «artista» y «visión» por mi deseo de ser precisa y para establecer diferencias entre escritores profesionales que se proponen metas diferentes.) Es necesario reconocer, por desgracia, que al artista lo amenazan múltiples presiones del mundo comercial, procedentes de los editores, de los productores teatrales y de los directores de publicaciones. El editor dice que este personaje no debe morir y que el libro debe terminar con una nota optimista, o el productor quiere falsas situaciones dramáticas, o amigos y espectadores sugieren esta o aquella alternativa. El escritor profesional puede acceder a esas demandas y concentrarse en el baile y las tribunas. Pero una vez que el autor literario sabe cuáles son sus intenciones, ha de proteger su trabajo de influencias ajenas. Se trata con frecuencia de una situación muy solitaria. Tenemos miedo cuando nos sentimos solos. Y hay otro miedo especial que atormenta al creador cuando se le ataca durante demasiado tiempo.
Porque la función paralela de una obra de arte es ser comunicable. ¿Qué valor tiene una creación que no se puede compartir? La visión que resplandece en los ojos de un loco no nos sirve de nada a los demás. De manera que cuando un artista se encuentra con que se rechaza su creación surge el miedo de que su imaginación personal haya retrocedido a un estado solitario e incomunicable.
Creo que esa comunicación depende a veces del tiempo, porque es difícil para la mayoría captar la melodía de algo nuevo. Pienso en los largos años que James Joyce vivió asediado primero por editores, luego por gazmoñería y finalmente por la piratería internacional. O podemos acordarnos de la magnífica paciencia de Proust y de su fe en la magnitud de su tarea literaria. A veces la comunicación llega demasiado tarde para el artista honesto. Poe murió sin ver compartida su visión. Antes de retirarse al interior de su locura, Nietzsche exclamó en una carta a Cosima Wagner: «¡Si hubiera en el mundo aunque sólo fuese dos personas que me entendieran!» Por que todos los artistas son conscientes de que la visión carece de valor si no es posible compartirla.
Por otra parte, cualquier forma de arte sólo se puede desarrollar mediante mutaciones singulares que son obra de creadores individuales. Si únicamente se utilizan convenciones tradicionales, el arte de que se trate morirá, y la expansión de cualquier forma artística está condenada a parecer al principio extraña y torpe. Cualquier cosa que crezca tiene que atravesar por etapas incómodas. El creador al que se comprende mal porque viola las convenciones puede replicar: «Te parezco extraño, pero por lo menos estoy vivo».