Por Vladimir Nabokov
La misión de este escritor es el simple acto subjetivo de reproducir con tanta fidelidad como sea posible la imagen del libro que tiene en su mente. El lector no tiene por qué saber y, de hecho, no puede hacerlo, cuál es esa imagen, no puede distinguir qué tan fiel es el libro a la idea que el autor tiene en su cabeza. Es decir, el lector no tiene por qué molestarse con las intenciones del autor, y al autor nada le importa si al comprador le gusta lo que consume.
Me releo con fines estrictamente utilitarios. Debo hacerlo cuando corrijo un ejemplar de bolsillo que está plagado de erratas o cuando tengo que controlar una traducción, pero hay ciertas recompensas. En algunas especies de mariposas, poco antes de nacer, las alas de la mariposa que todavía está en estado de pupa comienzan a delinearse en exquisita miniatura a través de los élitros de la crisálida. Cuando me sumerjo en libros que escribí en los años veinte experimento la visión patética de un futuro iridiscente que se permea a través del cascarón del pasado. De pronto, en una fotografía deslustrada parece advertirse un toque de color, el esbozo de una forma. Digo esto con una modestia enteramente científica, no con la presunción del arte que madura.