Por Svetlana Aleksievich
“Flaubert se llamaba a sí mismo la pluma humana; yo diría que soy un oído humano. Cuando camino por la calle ‘atrapo’ palabras, frases y exclamaciones, siempre pienso “¡cuántas novelas desaparecen sin dejar rastro!”. Desaparecen en la oscuridad. No hemos sido capaces de capturar el lado conversacional de la vida humana para la literatura. No lo apreciamos, no nos sorprende ni nos encanta. Pero me fascina y me ha hecho su prisionera. Me encanta cómo hablan los seres humanos… me encanta la voz humana solitaria. Es mi más grande amor y mi pasión. El camino hasta este podio ha sido largo: casi cuarenta años yendo de persona en persona, de voz en voz. No puedo decir que siempre he estado recorriendo este camino. Muchas veces he estado conmocionada y asustada de los seres humanos. He experimentado el placer y repugnancia. A veces he querido olvidar lo que he escuchado para volver al momento en que vivía en la ignorancia. Más de una vez, sin embargo, he visto lo sublime en la gente, y he querido llorar”.
“¿Qué puede lograr el arte? El propósito del arte es acumular lo humano dentro del ser humano. Pero cuando estuve en Afganistán durante la guerra soviética, y recientemente, hablando con refugiados de Donbass en Ucrania, escuché lo rápido que el hombre se deshace de la cultura y surge un monstruo. La bestia se revela. Sin embargo, escribo… sigo escribiendo… escribo como me enseñaron mis maestros, los escritores bielorrusos Ales Adamovich y Vasil Bykov, a quienes recuerdo hoy con gratitud… Escribo como mi abuela ucraniana me enseñó en la infancia cuando me recitó poemas del libro Kobzar (El bardo) de Taras Shevchenko. ¿Por qué escribo? Me han llamado escritora de catástrofes, pero eso no es cierto. Siempre busco palabras de amor. El odio no nos salvará. Único amor. Y tengo esperanza…”.