Por Delphine de Vigan
Podemos necesitar poner en palabras lo vivido para comprenderlo. A mí me ocurrió. Escribí Días sin hambre y Nada se opone a la noche por mí. La palabra es terapéutica en sí misma, pero publicar un libro sobre algo personal tiene sentido cuando esa historia propia puede tener un caracter universal y entrar en resonancia con las de otras personas. Para mí eso es lo que podria explicar el éxito de esas mis novelas más personales: son como un espejo.
(…) No siempre estoy en todo lo que escribo. Las horas subterráneas parte de una experiencia dolorosa. Mientras trabajaba en una empresa en la que estuve 11 años, tuve un conflicto con mi jefe. No compartía su manera de dirigir la empresa. Y se lo dije. Él había creado un comité en defensa de hablar libremente para mejorar como grupo y como empresa. Pero la realidad es que si cuando te expresas libremente lo que dices no gusta esa libertad queda cuestionada.
(…) Escribir me ayudó a comprender. No puedo decir que los libros tengan un valor terapéutico. Creo que ese trabajo debe hacerse fuera de la literatura. Pero seguir sus huellas desde su infancia hasta su muerte me permitió encontrar el valor que había tenido para afrontar su enfermedad.
[Al escribir] evito distracciones. Cuando estoy centrada en un libro me obsesiono. Cuando salgo con mi pareja, él es más sensible al contexto y yo a las personas. Acaparan toda mi atención. Cuando cojo el metro con mis hijos me riñen, dicen que miro demasiado.
[Stephen King] plantea una pregunta que me ha interesado siempre: ¿Quién eres cuando escribes? Uno es lo que decide mirar. Al escribir se multiplica. [Soy yo] pero exagerada, porque la escritura nos permite llevar al límite lo que somos.