Por John Banville
No tenemos ningún sentido de una persona o un lugar hasta que le damos una existencia imaginaria. Y el pasado es donde vivimos, son los talones donde nos sentamos o nos paramos, nos estimula más mientras más lejos miremos. Es gracioso, cuando escribía en mis comienzos miraba directo a la infancia, ese era mi material, y ahora que tengo 70 años esa época ha quedado muy atrás, no puedo recordar demasiado. Entonces, invento cada vez más. En la década de 1960, 1970, cuando recién empecé a publicar, ya miraba al pasado, y estoy fascinado por pensar cómo hacía eso, tenía que dejar de lado el sentimentalismo, la noción de que todo pasado siempre fue mejor. Los buenos viejos tiempos solo tienen sentido en virtud de los feos tiempos presentes, se vuelve viejo todo aquello que está lo suficientemente lejos como para no provocarte más daño.
Cuando no estoy escribiendo vivo en sueños. Cuando escribo no necesito vivir en sueños, entonces no suelo soñar de día. Algunas veces me levanto a la mañana y escribo el sueño reciente confiando en que encontrará un lugar en el libro, que tendrá una razón para estar allí. Y es que uno escribe 24 horas por día, mi mente está siempre escribiendo, aun cuando duerme, y es que en realidad no dormimos, simplemente pasamos a otro estado de conciencia. Y las cosas que hacemos cuando dormimos son fantásticas. Has tenido un día común, te vas a la cama y aparece este mundo fantástico donde conocés al hombre de tus sueños, yo duermo con Marilyn Monroe, que termina siendo una gran intelectual y en vez de tener sexo mantenemos una larga conversación, y todo eso te parece perfectamente razonable, es un mundo alucinante, una segunda vida, es maravilloso.