Por Amelie Nothomb
Las cuatro de la madrugada es mi mejor hora para escribir. Probé todos los horarios, todas las fórmulas, todos los alimentos, todas las bebidas. Llegué a la conclusión que lo mejor son las cuatro de la madrugada, en ayunas, con medio litro de té muy cargado.
Uno de los mayores peligros para un escritor, sobre todo cuando alcanza un cierto éxito, es la complacencia, la convicción de que todo lo que escribe es importante. Por eso trato de ser dura conmigo misma. Me impongo horarios criminales y selecciono: no debo olvidar que no todo lo que hago merece ser publicado. A finales de invierno releo el trabajo del año. Es un momento terrible. Elijo entre lo que he hecho el libro que publicaré en septiembre. Pese a todo lo que descarto, soy prolífica. Llevo 26 novelas publicadas en 25 años.
En mi testamento ordeno que permanezcan inéditos los libros que no haya publicado en vida. Por otra parte, no quiero que sean destruidos, porque también son mis criaturas. ¿Qué hacer? Había pensado en el Archivo Secreto del Vaticano, una solución elegante, pero no conozco a nadie allí. Probablemente serán encerrados en un bloque de resina.
Yo escribo para soportar la vida. Y para soportarme. Vivir dentro de mí es terrible.Necesito, para soportarme, un mínimo de cuatro horas diarias de escritura creativa y cuatro o cinco horas más de escritura de cartas. Si no me atengo a esa disciplina, entro en proceso de autodestrucción. No puedo fallar ni un día.
Dentro de mí está el infierno, hay un demonio que quiere destruirme. Mi diálogo interno es una violenta discusión a gritos. Estoy continuamente respondiendo al diablo, intentando explicarle que no soy tan mala como dice. Mientras mantengo mi disciplina de escritura puedo llevar una vida agradable, hacer cosas que me gustan. Mire, nunca he asesinado a nadie, pero muchas veces he sentido la pulsión de hacerlo. Y he comprobado que no se asesina a alguien que nos es indiferente, sino a alguien que nos inspira sentimientos, quizá el amor, con frecuencia el amor carnal.