Por P.D. James
En el libro Aspectos de la novela, E.M. Forster escribe: “El rey murió y luego murió la reina” es una historia. “El rey murió y luego la reina murió de pena” es una trama. […] “La reina murió, nadie sabía por qué, hasta que se descubrió que fue de pena por la muerte del rey” es una trama con misterio, un enunciado que admite un desarrollo mayor.
Yo añadiría “Todo el mundo creyó que la reina había muerto de pena hasta que descubrieron la marca del pinchazo en el cuello.” Esto es un misterio sobre un asesinato, y también admite un desarrollo mayor.
Las novelas que giran en torno a un asesinato atroz y cuyos escritores se proponen explorar e interpretar el peligroso y violento submundo del crimen, sus causas, sus ramificaciones y su efecto tanto en los perpetradores como en las víctimas, pueden cubrir un espectro extraordinariamente amplio de escritura creativa que abarca las obras más excelsas de la imaginación humana….
Aunque la narrativa detectivesca también puede, en los momentos culminantes, operar en el límite peligroso de las cosas, se diferencia de la literatura en general y del grueso de las novelas de misterio en que presenta una estructura muy definida y se ajusta a unas convenciones establecidas. Lo que podemos esperar es un crimen misterioso, normalmente un asesinato, en torno al cual se centra todo; un círculo cerrado de sospechosos, todos ellos con móvil, medios y oportunidades para haberlo cometido; un detective, aficionado o profesional, que se aparece cual deidad vengadora para resolverlo; y, al final del libro, una solución a la que el lector debería poder llegar por deducción lógica a partir de las pistas introducidas en la novela mediante artificios engañosos pero sin olvidar las normas básicas del juego limpio. Esta es la definición que suelo dar cuando hablo de mi trabajo, pero, aunque no resulte del todo inexacta parece excesivamente restrictiva y más acorde con la llamada Edad Dorada de entreguerras que con la realidad actual….
Para que un libro sea descrito como narrativa detectivesca debe haber un misterio central, y un misterio que al final se resuelva de manera lógica y satisfactoria y no por mor de la buena suerte o la intuición, sino mediante un proceso de deducción inteligente a partir de las pistas presentadas con picardía, pero sin engaños.
Una de las críticas vertidas con más frecuencia sobre la narrativa detectivesca es que ese patrón impuesto es una mera fórmula que encorseta al novelista y coarta la libertad artística esencial para el proceso creativo, y que los matices de los personajes, el realismo del contexto e incluso la verosimilitud se sacrifican en favor del predominio de la estructura y la trama. Pero lo que a mí me resulta fascinante es la extraordinaria variedad de libros y escritores a los que esta fórmula ha sido capaz de adaptarse, y los innumerables autores que han hallado en las limitaciones y las convenciones de la narrativa detectivesca un medio liberador, y no constrictivo, de su imaginación creativa. Afirmar que uno no puede escribir una buena novela ciñéndose a la disciplina de una estructura formal resulta tan necio como decir que un soneto no puede ser buena poesía porque debe tener catorce versos – dos cuartetos y dos tercetos – y ajustarse a una estricta secuencia métrica. Además las novelas policiales no son las únicas que se ajustan a unas convenciones y una estructura establecidas…
¿Y por qué un asesinato? El misterio central de una historia de detectives no supone necesariamente que haya una muerte violenta, pero el asesinato sigue siendo el crimen por excelencia y provoca una repugnancia, una fascinación y un miedo atávicos. Es probable que un lector esté más interesado en descubrir cuál de los herederos de la tía Ellie puso arsénico en el chocolate que tomaba antes de acostarse que en saber quién le robó el collar de diamantes mientras disfrutaba de unas apacibles vacaciones en Bournemouth…”
Fuente: James, P.D., Todo lo que sé sobre novela negra, Ediciones B, Barcelona, 2010.