Por Hanif Kureishi
Si eres astronauta, no puedes tener vértigo. Estar solo va conmigo. Si no va contigo, es imposible hacerlo. Incluso cuando trasnochaba escribía durante el día. Mi padre era distinto a los demás padres, porque era inmigrante, y habíamos venido a Inglaterra a triunfar. No habíamos viajado desde Pakistán para que nos lapidaran, como decía mi padre; eso ya lo podíamos haber conseguido allí. Veníamos aquí a trabajar, a labrarnos una posición en Inglaterra, a tener éxito. Era el credo familiar.
Yo quería ser novelista. Explicar lo que sucedía a mi alrededor: las fiestas, las locuras, las drogas, los abortos, las sobredosis… Todo lo que me rodeaba de joven, y que solo había leído en novelas americanas. Especialmente en Kerouac y en los beats, a quienes adoraba. Pero entonces pensé que quería hablar también de raza. Y eso me llevó mucho tiempo, encontrar un modo de hablar de raza a la vez que hablaba de LSD y melenas y Bowie. Ya de muy joven pensaba en El buda de los suburbios. No sabía qué narices estaba haciendo, pero ya pensaba en unir a Jimi Hendrix y Enoch Powell.
Para mí la escritura no es terapia. Es trabajo. No me siento allí con la intención de entender mi vida. Solo es terapia en el sentido de que es algo que me encanta hacer, y por tanto me sienta bien, y por añadidura mantiene a mi familia. Lo que, por supuesto, es altamente terapéutico. Miro mi hogar y me digo: “Esta puta casa la conseguí escribiendo putos relatos. Es alucinante”. Te sube la moral hacer algo que haces bien. La terapia es la propia creación.
De repente tienes que convertirte en escritor. No puedes apuntar lo que te pasó ayer. Tienes que empezar a pensar de qué vas a escribir, porque tu bagaje ya está escrito. Es muy difícil ser escritor cuando ya has usado todas las historias de tu adolescencia. Es como un grupo pop que ya ha hecho un gran primer álbum, y ha utilizado todo el material que tenía, y entonces piensa “a dónde coño vamos”. Por suerte, o por desgracia para Rushdie [sonríe], empezó la fetua. Empecé a pensar en religión, en fundamentalismo, en mi comunidad. Me topé con Brian Eno un día y le conté que estaba escribiendo algo que no le interesaba a nadie: fundamentalismo musulmán. Y él me dijo: “Eso me interesa”. Me fascinaba porque era una nueva forma de fascismo. Así que empecé a ir a mezquitas y a charlar con chicos jóvenes. De ahí salió El álbum negro y ‘Mi hijo, el fanático’.
Fuente: El País