Por Jorge Amado
Vamos a hablar de la creación literaria, de la prosa, de la ficción, que es lo que hago. Creo, como creí siempre, que lo fundamental es haber nacido para eso. Claro que no estoy diciendo nada nuevo. Creo que es lo mismo para el músico, para el pintor, para el arquitecto, para el escultor. Pero solo eso no es suficiente. Hay gente que nació para escritor, pero nunca hizo nada, porque es necesario, desde el punto de vista de la escritura, mucho trabajo.
Haber nacido para eso es la parte misteriosa, aquella que no tiene explicación posible. Solo es necesaria complementarla con trabajo, escribiendo todos los días, principalmente cuando uno es joven. Y, por supuesto, leer a los grandes maestros.
(…)
Yo no me canso de leer nunca. Especialmente leer a Rabelais. Ahora mismo estoy releyendo un libro que traje de París para regalarle a un amigo, y acabé robándolo antes. Y Cervantes, claro. Y Dickens, con quien aprendí que nadie es completamente malo, que hasta el más miserable de los seres humanos tiene siempre una luz, aunque sea una luz pequeñita. Con él aprendí a amar a los vagabundos, a los desposeídos de la vida. Y también con Gorki. Aquí en Brasil fui marcado por la poesía de Gregorio de Mattos. Con su poesía extraordinaria él fue el primero que tocó a fondo la vida de Bahía. De los que destaco en mi país está siempre José de Alencar, a cuya familia literaria pertenezco, y Antonio Manuel de Almeida, ambos del siglo pasado.
Habría muchos más. Pero no quiero extenderme demasiado. Apenas me gustaría recordar a Mark Twain, pero no al de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, que yo leí cuando era muy joven. El Twain que recuerdo es el de los cuentos, el Twain maduro, con su visión de la vida norteamericana, de la vida del pueblo. Y del humor.
(…)
Hace algún tiempo encontré un amigo, buen escritor. No nos veíamos desde hacía mucho tiempo. Nos pusimos a conversar y él me contó que, por una serie de razones, pasó 20 años sin poder escribir. El simplemente dejó de escribir regularmente durante 20 años. Luego de nuestro encuentro, él se refugió en el interior de Portugal para enfrentar el peor de los espejos: la hoja en blanco.
Para saber, de una vez por todas, si la mano se había secado para siempre, o si todavía podía ganar calor. Cada tanto pienso en mi amigo: veinte años sin escribir. No puedo imaginar peor tragedia. Tengo suerte.
Fuente: Semanario Universidad