Sara Gallardo entrevistada por Jorge Di Paola Levin
“Últimamente creo que el deber del artista es hacer soñar, no hacer pensar. Cada vez veo más claramente aquello que dijo Shakespeare, que nuestra vida está hecha de la materia de los sueños”.
(…)
—¿Cree que escribe, de acuerdo con la historia de la literatura, algo nuevo o algo personal?
—Algo personal pero, claro, también es lo mismo. También es un error.
Si uno mira pintura china, no sabe de qué época es. Puede ser de ayer o de hace 4.000 años. Mi carácter es más bien oriental, no me ha interesado nunca lo novedoso. Tal vez ahora, estos tres libros experimentales sean, en verdad, un comienzo de cierta seguridad en mí misma. Ahora no aspiro tanto a una obra perfecta como a saber escribir y contar lo que tengo que contar.
—¿Reconoce provenir de una tradición, a autores auspiciadores?
—Me dio muchos ánimos para escribir mis últimos libros Joseph Conrad. Sus historias, sus islas, sus extranjeros, sus desolaciones. La lección de Conrad es que él es siempre igual en la diversidad. Acaso no lo haya logrado pues se me critica un exceso de diversidad.
—Tal vez la diversidad sea el camino de los argentinos, que no tienen una tradición demasiado definida y pueden disponer de cualquiera.
—Es muy posible. A mí me hizo bien escribir cosas distintas y de manera diferente. No sé porqué, me da humildad, que me hace bastante falta.
—¿Piensa que escribir la transforma?
—Por supuesto. Por eso estoy escribiendo más. Antes escribía cada cinco años, creyendo que iba a hacer un libro lo mejor posible. Que caía un rayo del cielo, y no caía nada. Y ahora he asumido que tengo que escribir más seguido. Que la cuestión está ahí, en la transformación que opera esa escritura en mí, digamos la alquimia personal. En el sentido espiritual, en el verdadero sentido. Por eso he acelerado mi ritmo de producción. Todo lo que uno no publica se petrifica.
—Sin pasar a los otros, a los lectores.
—Y como es el espejo de los otros el que produce esa fermentación. . .
—¿Le importa lo que se afirma de su obra o le es indiferente?
—Suele suceder que lo único que uno retiene es la crítica, no los elogios. Es tal nuestra vanidad. . .
—Supongamos por un momento que nada es crítica adversa ni elogio sino reflejo.
—Tengo también la impresión que el reflejo de un libro mío en los otros, por lo menos en mi caso (por la timidez o la vergüenza de no haberlo hecho digno de lo que yo creía) va creando la fermentación para el estilo de la obra nueva. O para el intento de perfección. Tengo presentes a los otros.
—¿Un lector interno, imaginario?
—A quien respeto mucho, aunque no me conozca, no me lea. Sí, hay un lector invisible cuando uno escribe.
—¿También es una lectora?
—Hay libros que me alimentan. Pero lo que me alimenta no me permite estar al tanto. Suena muy pedante no estar al tanto de sus contemporáneos.
No tengo, nunca tuve capacidad para estar al tanto. El mundo imaginario en el que vivo y en el que he vivido, casi siempre está compuesto por todas esas cosas que me hacen soñar, que desde hace tiempo son novelas japonesas del siglo X, poesía china, cosas por el estilo. Son libros que me dan ganas de escribir. A lo mejor una escena de una novela japonesa, que no tiene nada que ver con nada, me da el arranque para una novela que estoy escribiendo.
—Entonces ¿por qué no hablamos del futuro, que es interesante?
—Pero no puedo, en este caso, contarle mucho. Porque cada vez que lo hago, después no lo escribo. Este libro está ya tan formado que creo que a fin de año va a estar listo. Puedo contar que es historia de un discípulo y su maestro.
—Muy atrayente, y también difícil.
—No pasa en Grecia ni en ningún lugar previsible. Pasa en Buenos Aires, en Uruguay y un poquito en Brasil, en nuestro tiempo. Por ahí el pensamiento del maestro es el de Plotino, pero en realidad no importa, está en el presente. Estará escrita de manera clásica, no es una novela experimental en este caso. Y, aunque no estoy adelantada en la escritura, la tengo hecha, se formó totalmente. Estoy muy interesada en ese tema, con todos los límites de la imperfección de lo humano y lo conmovedor de las relaciones personales. Que son tan complejas, turbias, con idas, vueltas, pasiones, malentendidos. Pero finalmente hay una trasmisión del que sabía más al que sabía menos. También el discípulo le vuelve a veces la vida más soportable. Generalmente el que sabe más encuentra una gran dificultad en vivir, porque es más sensitivo.
—Como para jugar con la paradoja ¿le interesa más la literatura que lo real?
—En verdad no, y tal vez por eso, ante la tristeza de mis editores, los reportajes terminan hablando de lo que hago o no hago en mi vida. Ocurre que me interesa mucho más lo que se vive.
—¿Escribir es acercarse a la vida?
—Necesito comprender, escribir tiende a eso. También a crear un equilibrio. De lo contrario me parece que no escribiría.
—¿Le causa placer escribir?
—Me hace feliz. Me hace sentir bien. Pero las cosas de la vida de todos los días me maravillan y me interesan. Estoy muy atenta, por ejemplo, a cómo se deshacen unas manzanas en una cacerola.
—La cocina es un comienzo de ciencia…
—Claro que sí. Y además lo traspongo a cosas espirituales, a enseñanzas.
—Al escribir, ¿le interesa transformar? ¿que esas manzanas sean, por ejemplo también otra cosa?
—Son importantes sobre todo porque son otra cosa. Justamente, un elemento más dentro de un camino espiritual.