Por Tatiana Tibuleac
(…) Puedo escribir un capítulo entero sólo con los detalles de una persona. Me inspira una mañana cualquiera, un pájaro que veo pasar o un recuerdo de mi infancia con mis padres. No sé exactamente qué desencadena estos momentos de inspiración. Supongo que son los sentimientos que te transmiten las pequeñas cosas. Estoy teniendo un bloqueo creativo, pero no creo que se haya de vincular necesariamente a estos casi dos años sin hacer gran cosa. Lo achaco al hecho de que mis dos primeras novelas se publicaron bastante rápido, una detrás de la otra. Siento que todo lo que tenía que decir, lo he dicho (ríe). Simplemente necesito esperar un poco para tener algo de lo que hablar. De hecho, escribo todo el tiempo, pero aquello que escribo creo que son meros ejercicios y no irán a parar a un libro.
(…)
Todos mis miedos los oculto en diferentes personajes. La maternidad siempre ha sido uno de mis mayores miedos porque las mujeres en Moldavia tenemos una tremenda presión encima. En el país del que vengo una vez casada, la mujer es ante todo madre, y sea lo que sea que esté haciendo en la vida, debe anteponer lo primero a ser madre, y a poder ser perfecta. Ese pensamiento acumula esta expectativa de la sociedad no muy sana, en mi opinión, de que las mujeres se sacrifiquen por los hijos y por la maternidad. Debes vivir felizmente la maternidad para que los niños lo sientan, pero también una madre puede sentirse infeliz al serlo. Así aprenden en la vida. También hablo de desamor y de lo difícil que es para las personas poder amar en sus vidas si no lo aprendieron cuando eran niños.
(…)
No sé cómo se reconstruye un país y sus ciudadanos, de tal golpe, tanta dificultad, que asume las consecuencias de despojarse de la identidad de una parte del mundo donde mucha gente de mi edad todavía siente que no habla su propio idioma muy bien. En mi país no pudimos expresarnos en nuestro idioma durante muchos años Sólo en la clandestinidad. Esa es una fuente constante de frustración. Imagina que vas a la escuela, a la universidad, y trabajas con un lenguaje y un alfabeto que luego, después de muchos años, lo declaran nulo y ya no sirve. A nivel psicológico, aunque no sea lo correcto, lo borras de tu mente. Me sentí mal al escribir la segunda novela porque tengo muchos recuerdos de infancia relacionados con el ruso. Viví en la Moldavia rusa. No puedo odiarla. Alguien me preguntó estos días si me gusta Rusia. Para mí es importante separar la política de la lengua. A veces no es posible. Pero si no lo haces, sientes que te estás perdiendo una gran parte de ti.