Por Emmanuel Carrere
A los treinta años, convertido en un escritor profesional, casado, padre de un niño, estaba muy preocupado por afirmar mi singularidad en todo y constantemente devuelto a mi casilla sociológica. Cada vez que me creía original -en mis gustos o mi forma de vivir-, fue para descubrir que hacía exactamente lo que se hacía al mismo tiempo en mi entorno, en mi franja de edad. Hoy en día, ya no me molesta, en ese entonces me torturaba. Estaba preparado para releer Las cosas, que son -después de La Educación sentimental, por supuesto- el gran poema de esa particular clase de humillación: la certeza de ser, hagamos lo que hagamos, desesperadamente como todo el mundo. Quise tratar el tema por mi cuenta, imaginé la historia de una joven que, para escapar de esta versión estadística y predecible de sí misma, no se deja guiar por sus inclinaciones sino por el azar -en este caso, la ruleta. Mi novela se llama Hors d’atteinte? –con un signo de interrogación al que daba importancia- y es deprimente, deprimida, no muy buena. Su fracaso hizo que me peleara con Flaubert, con Simenon, con todos los grandes pintores del tedio, del impulso que decae, de la tapa que se cierra sobre la cabeza de los héroes en cuanto tratan de vivir. Perec formó parte de la redada: dejé de leerlo, estaba un poco resentido con él.