Por Carlos Fuchs
Sabemos que la narración nació antes que la escritura. ¿Por qué una persona comenzó a contar historias? ¿Qué motivación tuvo? Está claro que no fue por dinero, ni por el éxito o la fama, tampoco por el reconocimiento, ni los halagos. El hombre narró porque sintió la necesidad de contar, ya sean hechos vividos o historias creadas por su imaginación. Es fácil suponer entonces, que narrar ha sido desde los comienzos, un acto placentero ligado a esa necesidad de contar. Contar para entretener y entretenerse, para enseñar, para honrar y mantener vivas hazañas y tradiciones.
Me vino a la memoria un pasaje de la película Apocalypto de Mel Gibson. La tribu está reunida alrededor de una fogata, disfrutando los frutos de una buena cacería, entonces el anciano les cuenta esta historia:
“Y el hombre estaba sentado solo, empapado hasta los huesos en tristeza, y todos los animales se le acercaron y le dijeron: “No nos gusta verte tan triste, pídenos lo que quieras y lo tendrás”. El hombre dijo: “Quiero tener buena vista” El búho respondió: “tendrás la mía”. El Hombre dijo: “Quiero ser fuerte” El jaguar le dijo: “Serás tan fuerte como yo”. Luego el hombre dijo: “Anhelo saber los secretos de la tierra”. La serpiente respondió: “Yo te los enseñaré”. Y así fue con todos los animales, y cuando el hombre tuvo todos los obsequios que le podían dar, se marchó. Entonces el búho le dijo a los otros animales: “Ahora el hombre sabe mucho y puede hacer muchas cosas. De pronto siento miedo” El ciervo dijo: “Ya tiene todo lo que necesita, ahora su tristeza acabará”. Pero el búho respondió: “No. Vi un agujero en el hombre, profundo como un hambre que jamás saciará. Es lo que lo hace triste y que siempre quiera más. Seguirá teniendo y tomando hasta que un día el mundo dirá – Ya no existo más, no me queda nada que dar – “
Los medios han instalado en la sociedad la idea de que nada puede ser mejor que el éxito y la fama. La farándula, las divas (y divos) el poder del dinero, el poder político, el poder mediático, todo construye la ilusión de gloria de la fama. Pregunten a cualquier niño o niña ¿qué les gustaría ser cuando sean grandes? y la mayoría responderá actor/actriz, cantante, jugador de fútbol. Qué chica no sueña con ser Violeta, a qué pibe no le gustaría ser como Messi. Sin embargo, abundan ejemplos de gente famosa y exitosa que decide ponerle fin a su vida ¿Por qué? ¿Será porque, habiendo logrado todo lo que creía que podría calmar su hambre, comprueba que está vacío y que no puede llenar ese agujero?
La semana pasada Philip Roth anunció, una vez más, que ya no volverá a escribir. Roth (de quien Truman Capote ha dicho que la escritura ha sido su don y su castigo) refiere que para él la escritura es un doloroso parto, “una agonía espontánea” de la que no puede librarse, que empieza con un primer año de redacción “extremadamente difícil, extremadamente frustrante y poco satisfactorio”. También dice: “Tengo 79 años, ¿si (escribir) es tan frustrante y difícil para mí, qué me ha llevado a seguir haciéndolo? Y la respuesta es muy tonta, es que no sé cómo parar”
Si Roth escribe como respuesta a esa necesidad interna y primitiva de contar, entonces es entendible que no sepa cómo parar. ¿Será tal vez que la presión de ser un “eterno candidato al Nobel” lo está perjudicando? Pareciera que a medida que la fama crece, el agujero se hiciera más y más profundo.
Pero volvamos la pregunta inicial ¿Por qué escribimos? ¿Me desborda esa necesidad primitiva de contar? ¿Pretendo ser como el anciano de la tribu, de quien nadie recuerda su nombre, pero sus historias aún siguen vivas? ¿Después de escribir (y durante) quedo satisfecho y por un rato se colma ese agujero que nos atraviesa a todos? O escribo para obtener el premio Nobel (entre otros).
El éxito es una consecuencia y no tiene que ser nunca un fin. Se pierde en el preciso instante en que se busca.
Cuando me pregunto por qué escribo, me respondo con esta hermosa reflexión de Haroldo Conti:
“No sé si tiene sentido pero me digo cada vez: contá la historia de la gente como si cantaras en medio de un camino, despojate de toda pretensión y cantá, simplemente cantá con todo tu corazón: que nadie recuerde tu nombre sino toda esa vieja y sencilla historia.”