Por Angélica Gorodischer
“Yo escribo rápidamente, en las primeras versiones de mis libros soy una especie de catarata. El texto viene ya con su lenguaje, con su ritmo; cuando todavía no tengo eso, ni el tono, todavía no me pongo. Pero luego es como una exhalación, sin trastornos ni angustias: al contrario, sale con mucha felicidad. Esa primera versión puede ser divertida y tener todos los méritos que se te ocurran, pero no sirve: desde ahí yo corrijo, podo, reescribo. Puedo terminar de corregir toda una novela y empezar a reescribirla de nuevo: eso para mí también es un trabajo feliz. Claro, cuando no había computadora la cuestión era bastante brava, porque además yo soy una obsesiva y todo tenía que estar prolijito, borraba en lugar de tachar. La última versión, a máquina: y cuando una se equivocaba en el último renglón… Ahora es mucho más rápido corregir, porque son teclitas nomás, y letras de luz. La corrección es el verdadero trabajo de la escritora”.
“A los cinco empecé a leer, no sé cómo; mi mamá decía que yo había aprendido sola, pero me parece una exageración. Esas son cosas que dicen las madres. Alguien me debe haber ayudado, una muchacha, una tía, una vecina mayor. Mi casa estaba llena de novelas, revistas, libros de arte, y yo jugaba con eso más que con cualquier otra cosa. Con muñecas jugué poco, porque nunca me gustaron; tampoco me gustan los maniquíes, las máscaras, los mimos, los simulacros en general. A los siete leía todo lo que cayera en mis manos, así me aburriera o me pareciera divino: la cuestión era descifrar esos signos sobre la página. Eso era el paraíso. Cuando leí Las minas del rey Salomón dije ‘yo quiero escribir esto’. Como enseguida me di cuenta de que ya estaba escrito dije ‘bueno, algo que sea como esto’. ‘Yo voy a ser escritora, listo’. Lo primero habrá sido una porquería”.
“(…) Mis primeros libros son intentos, ganas de. Y están influidos por todos los autores que había encontrado en mi vida. Fue una manera de ver cómo puede una empezar a manejar el recuerdo. Hay otros con mucho más talento que yo, que han hecho otro tipo de vida, y entonces las experiencias son totalmente distintas”.
“(…) Sé que mis tres primeros no son buenos, pero tampoco son una basura. No los voy a repudiar. Son libritos que están tratando de encarar una narrativa. En el cuarto parecía que empezaba a manejar el lenguaje. Parecía. De ahí en adelante arrancó el camino ese del que hablábamos. Los primeros libros son intentos, ensayos; si uno fabricara bicicletas a lo mejor las primeras saldrían hechas una porquería, todas torcidas, pero después uno mira a otros fabricantes y dice ‘ahhh, la cosa es así’. Y llega el momento en que hace unas bicicletas preciosas”.
“(…) Yo oigo. Y guardo. Palabras, frases, modalidades de voz. No es que vaya a ponerlas exactamente así; por ahí se transforma, sale de otra manera, va de un lenguaje a otro. El otro día una señora, en la cola del supermercado, decía: (voz de melodrama) “Porque el corazón de una madre nunca se equivoca”. Me pareció sensacional. Y me sirvió para algo que me pidió un médico amigo, que quería un texto para la página de su cátedra que estuviera lejanamente emparentado con la medicina. Al principio le dije que no podía escribir nada sobre el tema, pero luego me acordé de esto y dije “ya está”: puse a dos viejas que fueron a hacer la compra y se ponen a conversar, lo mal que está todo, se han perdido los valores, ya no hay respeto, y de ahí se ponen a criticar a los médicos. Causó sensación, les dio mucha gracia. Tengo oreja para esas cosas”.