Por Sebastián Robles
La historia de la esquina de Belgrano y Perú empieza, al menos hasta donde la conocemos, con una casona construida en 1780 y adquirida en 1801 por el entonces virrey del Río de la Plata Joaquín del Pino y Rozas, que se instaló allí con su mujer Rafaela de Vera Mujica y López Pintado y sus dieciséis hijos (siete de un primer matrimonio, y nueve del matrimonio actual). El virrey falleció en 1804, los hijos emigraron de a poco y en algún momento la casona empezó a ser conocida por los vecinos del barrio Catedral Sur como “la casa de la vieja virreina”. Cuentan algunos que en 1807, desde la azotea de esa casa, se combatió a los ingleses con aceite hirviendo durante las invasiones. Años después la vivienda se transformó en residencia obispal de la ciudad de Buenos Aires, vivienda del ministro de Portugal ante la Confederación y desde el 23 de mayo de 1878, sede del Banco Municipal de Préstamos, antecesor del Banco Ciudad de Buenos Aires. A fines del siglo XIX, ya en decadencia, la casa fue dividida en partes y transformada en inquilinato. Según algunos registros, fue adquirida en subasta pública, por la suma de $60.000, por el empresario naviero de origen austrohúngaro Nicolás Mihanovich, aunque investigaciones recientes sostienen que el verdadero dueño, desde sus comienzos, fue el acaudalado comerciante alemán Otto Wulf, a quien debe su nombre el edificio actual.
Según la arquitecta Alejandra de Marco, especialista en restauración de edificios históricos, Wulf era propietario de estancias en Formosa y Chaco, entre otras provincias, y había hecho fortuna en Argentina gracias al comercio de durmientes para las vías del tren, que obtenía de quebrachales chaqueños de su propiedad. Wulf es, también, el responsable de la contratación del arquitecto danés Morten F. Rönnow con el propósito de diseñar y construir el edificio que todavía hoy ocupa la esquina de Perú y Belgrano.
Rönnow era, al parecer, un enamorado de la Argentina, a la que consideraba –según el testimonio de su hija, entrevistada en Dinamarca por la arquitecta De Marco– como una “tierra de sol”. El país se consolidaba, por aquel entonces, como una de las grandes potencias mundiales, y la ciudad crecía exponencialmente, año a año. La demolición de la casa de la vieja virreina le generaba al arquitecto danés dilemas éticos, debido a que la consideraba una de las mejores casas de Buenos Aires. Durante tres años se dedicó a relevar, con minuciosidad obsesiva, el edificio que estaba a punto de demoler: mármoles, azulejos, ladrillos, balaustradas. Rönnow entregó una copia de este registro a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires (hoy, la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo). La construcción del edificio Otto Wulf comenzó, finalmente, en 1912 y fue inaugurado en 1914, el año en que sonaban en Europa los disparos iniciales de la Gran Guerra, que hoy conocemos como Primera Guerra Mundial.
El edificio se enmarca en la corriente arquitectónica Jugendstil –llamada también art nouveau en Francia y modern style en los países anglosajones. Se trataba de un movimiento de renovación artística surgido a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, Según la definición en Wikipedia:
“Todas estas denominaciones hacen referencia a la intención de crear un arte nuevo, joven, libre y moderno, que representara una ruptura con los estilos dominantes en la época, tanto los de tradición academicista (el historicismo o el eclecticismo) como los rupturistas (realismo o impresionismo). En la estética nueva que se trató de crear predominaba la inspiración en la naturaleza a la vez que se incorporaban novedades derivadas de la revolución industrial, como el hierro y el cristal, superando la pobre estética de la arquitectura del hierro de mediados del siglo xix.”
Mucho se ha escrito sobre el edificio Otto Wulf. Que sus columnas con figuras humanas están inspiradas en las cariátides, propias de la arquitectura griega, que eran unas mujeres que sostenían el techo del pórtico central de un templo en la Acrópolis de Atenas. Las figuras representadas serían, en este caso, el empresario Otto Wulf –sobre la calle Perú–, el propio Rönnow y los múltiples trabajadores, de diversos gremios, que participaron de la construcción del edificio: pintores, herreros, carpinteros, albañiles. En estos atlantes se pueden apreciar, como señala la arquitecta De Marco, indudables rasgos indígenas. Pero las figuras no están talladas en piedra, como en la Grecia antigua, sino que están hechas de hormigón armado, denotando el empleo de las por aquel entonces más modernas técnicas de construcción.
De sus dos torres se dijo que representaban al emperador austrohúngaro Francisco José y a su esposa Isabel de Wittelsbach-Wittelsbach, más conocida como la emperatriz Sissi, que había muerto en 1898. Ambas torres están rematadas por cúpulas con agujas. Una de ellas lleva en su extremo al sol, y la otra una corona.
En el edificio se instaló el consulado del Imperio Austrohúngaro, del cual Nicolás Mihanovich era cónsul honorario. Otto Wulf siguió siendo un acaudalado empresario. El paciente y minucioso arquitecto Rönnow, mientras tanto, se dedicó a la construcción de edificios en Buenos Aires, sus alrededores, e incluso en el interior del país, donde habría diseñado los cascos de algunas estancias. Es autor, también, del edificio de la iglesia dinamarquesa situado en la calle Carlos Calvo 257, que fue inaugurado en 1931. Años más tarde regresó a Dinamarca, donde se instaló definitivamente.
Desde entonces, el edificio Otto Wulf sufrió innumerables renovaciones, cambios de usos y propietarios, el deterioro del tiempo, pero sigue siendo una de las esquinas más emblemáticas de la ciudad. El edificio de la planta baja fue durante muchos años una ferretería industrial. Luego quedó abandonado hasta que en 2011, después de cierta polémica a causa de las renovaciones edilicias implementadas por la empresa, abrió un local de Starbucks. Los pisos están ocupados hoy por estudios de arquitectura, oficinas sindicales y en su octavo piso, con vista privilegiada desde algunas de sus aulas sobre la calle Perú y la avenida Belgrano, por la sede de Casa de Letras.