Por Fernando Aramburu
(…) nunca he escrito sobre épocas o lugares en los que no he vivido o con los que no tengo ninguna conexión. Nunca he escrito novela histórica, nunca he tenido esa habilidad, tampoco me atrae mucho. A mí lo que me lleva a escribir novelas es el intento de entender lo humano y de revelarlo.
(…)
Yo, antes de empezar a escribir, diseño las novelas. Otros tienen otros métodos, y muy válidos, lo que realmente importa es el resultado final. Primero tomo unas decisiones de tipo formal, o de tipo técnico, porque luego sé que si acierto en esas decisiones el trabajo va a fluir bien y entonces me puedo dedicar de lleno a la construcción de la trama.
Elijo los personajes principales como el ajedrecista que coloca las piezas, y les asigno una serie de características. No es raro que les otorgue el rostro de una persona conocida, aunque esta persona no lo sepa, para que durante el proceso de trabajo –que puede durar años–, ese personaje no se me difumine, en el pensamiento o en la memoria. Eso no quiere decir que en el transcurso del trabajo yo no introduzca cambios.
Empiezo las novelas con un cuaderno en blanco, sin notas sobre la trama, pero sí sobre cuestiones técnicas: elección del lenguaje, la dimensiones de los capítulos, la estructura, el final. Porque el final siempre lo decido antes de empezar el trabajo, aunque luego lo cambie, si se me ocurre uno mejor.
Todas mis novelas son novelas de convivencia, son personas que conviven en un contexto temporal y espacial. No escribo novela de género, por ejemplo, no escribo novela negra, que como lector me encanta, pero no es lo mío. Lo mío es idear unos personajes, colocarlos en un contexto, un lugar, un tiempo y ponerlos a convivir. Y de esa convivencia surge todo un universo narrativo que es la base en todas mis novelas, así son todas. Y es que, hacer gente con palabras, es un ejercicio gozoso.