Sabrina Álvarez es alumna de nivel I de la Escuela de Escritura Online de Casa de Letras. Forma parte del grupo “Los JD por Salinger”, a cargo del docente y escritor Hugo Correa Luna. Su cuento “La plaza” fue leído durante el festival Luz de Agosto, realizado el 30 de julio de 2014 en Club Cultural Matienzo.
¿Cómo fue el proceso de escritura del cuento?
“La plaza” es un texto que escribí hace unos años. Con la misma temática y en un contexto parecido también surgió otro texto con características similares. Parece que detona en mí el significante de la inocencia, el recuerdo puro, casto, con lo nefasto y drástico de la memoria interna que se va intercalando en la estructura del cuento.
¿Era la primera vez que leías en público?
Sí, era la primera vez que leía en público. Estaba un poco nerviosa pero una vez que estuve frente al texto es como que me dejé llevar y la palabra tomó el lugar.
¿Cómo fue la experiencia?
Fue una experiencia que la viví intensamente. Me gustó el ámbito donde se desarrolló el encuentro. Me gustó conocer a mi profesor Hugo Correa Luna. Agradezco su escucha, como también a Sebastián que estuvo a mi lado. Me gustó mucho la contención de mi marido y amigos que estuvieron ahí festejando esta entrega.
Estoy muy agradecida a Casa de Letras por esta convocatoria y espero haber estado a la altura del excelente grupo de narrativa online I conformado por los JD por Salinger.
La plaza
Había llegado a la plaza a las cuatro de la tarde, como todos los días. Se sentó en un banco debajo del tilo, el mismo de siempre. Dejó que la nena soltara su mano y corriera hacia las hamacas. Mientras el bebé dormía dentro el cochecito ella distrajo la mirada en una baldosa quebrada.
Cuidaba a los hijos del vecino, no podía irse, renunciar, y dejarlos desprotegidos, porque ese hombre no conocía de afectos, era íntimamente defectuoso. De repente se estremeció. Con el pie movió la rueda del cochecito. El bebé dormía, inocente y ajeno. La hermanita corría entre las hamacas. Subía y bajaba por el tobogán, altísima, casi imperceptible. Desde allí la llamaba moviendo los bracitos. Ella no estaba atenta. Revivía aquella noche: las imágenes se repetían, se acoplaban turbias, puercas, descontroladas. Esa noche se multiplicó abriéndole de un tajo una forma extraña de dolor, como si la punta de un clavo sobresaliera en medio del tobogán y ella se derrumbara hasta sentir el clavo abriéndola en dos.
¡Qué desatención! Parpadeó. Levantó los brazos y los agitó para que la nena pudiera verla. Le hubiera gustado abrazarla en ese instante. Sí, eso quería: abrazarse a ella.
En la sien, en el pecho, entre las articulaciones, aparecieron los gritos, la noche, los brazos atados y el dolor. El miembro izándose como una bandera, penetrándola.
Ahora, en la plaza, se quebraba junto al recuerdo. Esa noche, la nena que ahora llamaba la atención desde el tobogán, no saltaba, ni corría, ni gritaba; dormía igual que el bebé. Perdió la mirada en el pie que movía la rueda del cochecito. “No se puede estar en todos lados”, debió pensar: la plaza, el reclamo de los chicos, el dolor que se le adhería a los huesos. Sacudió con fuerza el cochecito.
Era hora de volver. Ya no había sol, todo parecía nublarse. Hasta en los ojos se le había filtrado la oscuridad. Algo parecido a no ver.