Hace un tiempo, el diario El País de España publicó una serie de consejos de escritores sobre el oficio de la escritura y los modos de enfrentarse a la página en blanco. Aquí, una selección de las mejores respuestas:
Elena Poniatowska
Si toda la vida me la he pasado buscando respuestas, es poco probable tener reglas para escribir. Si yo soy la que pregunto desde que sale el sol hasta que se mete, ¿cómo voy a saber qué se hace para enfrentar a la página en blanco? Con la página en blanco comienza la inmensa aventura frente a la mesa de trabajo, bueno, antes era una mesa, ahora es una pantalla también espantosamente blanca y llena de trucos, trampas, escondites porque una sola tecla te borra el alma. Hay días buenos y días malos. En los malos, todo va a dar al cesto de la basura, en los que uno cree buenos, sale media paginita y uno se esponja como gallina roja. Es más fácil poner un huevo que escribir. Escribir me cuesta un huevo y la mitad de otro. Bueno, como si yo tuviera huevos. La única manía que puede evitarse es insistir y empeñarse en vez de salir a la calle y abrazar a los demás aunque sea con la mirada.
Enrique Vila-Matas
Consejos a un principiante para enfrentarse a la página en blanco: tratar de driblar a la plúmbea tradición acumulada y buscar percepciones, ideas nuevas. Ahora bien, para driblar es necesario haber leído previamente mucho. Puede parecer paradójico, pero sólo habiendo leído mucho se puede intentar la aventura de ir en busca de la frescura, del gesto que devuelva al arte la potencia que tuvo en sus orígenes. Por eso me sorprenden los escritores jóvenes que dicen escribir sin previamente haber leído demasiado. A los que dicen pasar de Dickens y Proust quiero advertirles que, como la escritura es una carrera de fondo, a la larga pueden quedarse sin una bombilla en su cerebro literario y convertirse en dibujante de cómics, pero no en escritores. En resumen: se recomienda leer y ser contemporáneos. Esto último parece obvio, pero téngase en cuenta que en la literatura española algo tan simple como ser contemporáneo ha sido generalmente una rareza.
Juan Gelman
¿Consejos? Para los jóvenes poetas, ninguno. Los únicos maestros son los grandes en lengua castellana y ayudan a encontrar la propia voz. Se busca, entonces, lo mismo que ellos buscaron y hay que ir a la página en blanco virgen de todo mecanismo adquirido en una escritura anterior: cada nueva obsesión tiene su música. Escribir poesía es abrirse camino en uno mismo. Decía la gran poeta rusa Marina Tsvetáieva: el poeta no vive para escribir, escribe para vivir.
Santiago Gamboa
Conviene, al inicio, imaginar una novela descomunal, pues la escritura es un proceso de pérdida: se sueña con una catedral y al final se logra una iglesia de provincia. Luego escribir de forma obsesiva, aunque no siempre “escribir” significa golpear el teclado. A veces basta con pensar intensamente en lo que se está escribiendo. Pero a veces, pues no hay que olvidar que las novelas tienen muchas páginas y alguien debe hacerlas. Y un consejo suplementario: cada día, para concentrar fuerzas, se pueden decir en voz alta estos versos: Prometo querer narrarlo todo y contra toda esperanza. / Prometo ser sincero en la verdad y en la mentira, y prometo contradecirme. / Prometo no ser tan “versátil” como algunos editores quisieran. / Prometo no ser nunca un escritor sin escritura. / Prometo reescribir, tachar, borrar y maldecir hasta quedar sin aliento. / Prometo todo esto, Señor, en nombre de tantos autores caídos en el campo de batalla de la página en blanco. / Prometo también algo muy sencillo. / Repetir cada mañana esta plegaria: / “Señor, no soy ávido / sólo te pido 500 palabras”.
Fogwill
El de la página en blanco es un lugar común tributario de la mitología del artista, su padecer, sus sacrificios. Mallarmé, en su Brise Marine lo llevó al extremo, con una ironía que pocos advierten: en el poema la página en blanco es restaurada hasta recuperar su materialidad de “vacío papel que defiende su blancura” y se suma a “los viejos jardines hechos para mostrarse”, “la claridad desierta de la lámpara” y a “la joven esposa que amanta su bebé” como formando el todo repudiable de la vida burguesa. Su consejo a los que temen a la página en blanco es enfrentar a la tormenta, naufragar y perderse hasta poder “atender-entender” el canto de los marineros. Tenemos la cabeza llena de cantos de marineros, campesinos, soldados y maestros de la lengua: escuchémoslos y dejémonos de mariconerías domésticas como los triviales ritos del escritor que cree temer a la hoja en blanco cuando lo acosa una deplorable blancura mental.
Ángeles Mastretta
¿Escribimos para recordar o para ir adivinando lo desconocido? Alguna vez recomendó Julio Cortázar: “Cuenta la historia como si sólo fuera de interés para el pequeño círculo de tus personajes, pensando en que podrías ser uno de ellos”. Yo no encuentro una mejor recomendación para quienes quieran meterse en este lío que es escribir quimeras. Inventar mundos, es querer adivinarlos. ¿Quiénes son éstos? ¿Quiénes fueron? ¿Qué pensaban? ¿Qué los conmovía? ¿En dónde viven? ¿A quién añoran? ¿A qué se atreven? Yo para eso escribo novelas. Para soñar con otros, para inventar personas a las que me gustaría conocer, con las que me haga bien convivir durante horas, durante días alargándose por años. Lo que me sucede no necesito reinventarlo, y cuando intento hacer algo así siempre termino aceptando que la historia que digo ha sido mía. Escribir es un juego de precario equilibrio entre el valor y la soberbia. También entre sus opuestos: el miedo y la humildad. Yo de cómo escribir, de los trucos y los equívocos, no sé hablar bien. Lo único que sé con la claridad del agua, es que escritor es quien escribe todos los días, todos los ratos libres y siempre que algo mira, aunque no tenga lápiz, ni teclas con las que dejar constancia de sus palabras.
Alberto Manguel
Hay áreas en las que ningún consejo vale: nadie jamás ha podido servirse del consejo de otro para saber cómo hacer que un pan con mantequilla no caiga del lado de la mantequilla hacia abajo, cómo recrear un sueño en todos sus detalles, cómo razonar con el Papa, cómo enamorarse. Virginia Woolf (o quizás fue Somerset Maugham) dijo que para escribir un buen libro hay tres reglas, pero que, desafortunadamente, nadie sabe cuáles son. Forzado a dar consejo a quien quiere escribir, sugiero seis cosas: 1. Leer. 2. Leer. 3. Leer. 4.Leer. 5. Leer. 6. Leer.