Por Cynthia Rimsky
El cambio de hora que tiene lugar al inicio de la primavera abre un abismo entre la oficina y el regreso a casa. Corre un ligero viento que provoca un deseo de estar al aire libre. Las fuentes de soda acostumbran a tener mesas en la calle y la gente se junta a conversar y a beber. Los que no han concertado una cita, hacen un solitario alto en el mesón. Según el reloj colgado en la pared, son las siete cincuenta de la tarde. Al mesón se acerca un hombre moreno con el cabello negro rigurosamente cortado al cepillo. En el trayecto se saca la chaqueta, quedando en camisa (blanca) y corbata. Apenas se sienta, el garzón le trae una malta. El hombre coloca la chaqueta sobre sus piernas, satisfecho de que el garzón haya reconocido su costumbre. Contempla el líquido oscuro, espumoso, caer en el vaso, exactamente como lo imaginó en la oficina, tras su escritorio.
– En pan de frica –explicita- me trae un churrasco con mantequilla.
Sus palabras exhiben el deseo largamente acariciado, la mantequilla al contacto con el calor del bistec deshaciéndose entre las migas del pan que, remojado en ambos –grasa y jugo- crujirá entre sus dientes.
– El sandwichero aquí no trabaja con mantequilla- contesta el mozo.
– ¿No tiene mantequilla?
– No.
El oficinista guarda un silencio apesadumbrado. En la oficina calculó que un chacarero significaba gastar demasiado dinero, pensando que después comerá en casa, donde lo aguardan su mujer, los dos pequeños y todas las cosas que hacen falta. No, no podría comer un chacarero tranquilo, pero hace tanto tiempo que no come un churrasco. Entonces, se le ocurrió lo del churrasco con mantequilla: más caro que un hot dog, menos que un chacarero.
– ¿No puede preguntar si es posible hacer uno con mantequilla?
– Sino le traigo el especial de siempre- contesta el garzón.
El hombre vacila; si le diera a entender al mozo la importancia que tiene el churrasco con mantequilla, pero podría suceder que, a causa de ello, ya no volviera a tenerle consideración.
– Si es un especial, con el pan bien calientito- aventura.
El garzón sabe que, para hacer una excepción, tendría que pedir a la ayudante de cocina que le convide la mantequilla reservada a los comensales que piden extras, convencer al sandwichero, preguntar a la cajera si la mantequilla se cobra como extra o agregado, aguantar la reprimenda del dueño por ofrecer sándwiches que no están tipificados en el sistema… mucho más simple gritar: un especial.
Desde el mesón, el hombre contempla al maestro tirar los bistec transparentes a la plancha. ¿Cuándo fue la primera vez que comió un churrasco con mantequilla? Recuerda la cocina en casa de sus padres. El garzón pasa de largo con un chacarero y un barros luco. Si bebe un sorbo más de malta, correrá el riesgo de quedarse sin líquido para saborear la carne ligeramente salada. El mozo vuelve a pasar, esta vez con un hot dog especial. El oficinista lo acepta en silencio, le echa mostaza y lo toma entre sus dedos. Yo también he pedido un hot dog y se que el pan está añejo, la salchicha fría y la mayonesa rancia. El hombre se lo come con el cuerpo inclinado hacia adelante para no manchar su corbata. Diez minutos después abandona el mesón y se dirige a la caja para pagar. Sale a la calle y busca el camino común.