Por Sebastián Robles
Foto: Pablo Braun
En los cuadros de Francis Bacon se percibe una sordidez que está vinculada con la carne y es, a la vez, metafísica. Quizás por eso, cuando le pedimos a Jorge Consiglio alguna imagen para ilustrar esta nota, nos envió un retrato de este autor. Mucha de esa sordidez está también presente en su obra y en particular en la novela “Pequeñas intenciones”, que acaba de ser distinguida con el 2° premio de novela por la Secretaría de Cultura de Presidencia de la Nación, por el período 2009-2013.
– ¿Qué lugar ocupa Pequeñas intenciones dentro tu obra?
Por dos motivos Pequeñas intenciones ocupa un lugar bisagra entre los textos que llevo escritos. Por una parte, me parece que mi imaginario se modificó en esta novela. Se abrió a otro tono, a otro registro. Creo que hay más luz en la trama. Por lo menos, existe la posibilidad de felicidad en los personajes, cosa que antes pasaba excepcionalmente. Los siento menos extraviados que los de las ficciones anteriores. Quise que el foco narrativo cayera sobre las alternativas laterales que los protagonistas ponen en práctica para procurar su bienestar. Esas tácticas se corren de la ortodoxia; quiero decir, de todo aquello que la sociedad propone como modelo de felicidad. Son estrategias personales. Se crean a partir de los deshechos que se tienen a mano. Siempre me fascinaron los modelos que eluden lo establecido, que se inventan en un costado de la ruta y resultan eficaces. Por otro, creo que en esta novela terminé de consolidar un ritmo narrativo −que tiene que ver con el compás sintáctico y con la temperatura de la trama− que me permite jazzear con mayor fluidez en el discurso. Se relaciona con la libertad y con el placer. Cuando pasan estas cosas, la escritura se vuelve transparente: el lector no tiene dificultad para reconocerlo.
– ¿Qué significa para vos haber ganado este premio? ¿De qué manera pueden los premios influir -o no- en el oficio de escritor?
Haber ganado el segundo Premio Nacional de Novela significó algo de radical importancia para mí. Escribir es una tarea solitaria; uno tiene escasos interlocutores mientras produce (quizás tengas uno o dos lectores muy íntimos a los que les va mostrando el progreso del texto); de modo que la devolución de la mirada social resulta clave en este proceso. Los premios, los lectores, los editores, las traducciones, entre otros, dan entidad al escritor. Ayudan a que uno siga produciendo. Es como si te dijeran que vas el por buen camino. Hay gente que no los necesita, pero esos espejos externos para mí son de suma importancia. Mi feeling mientras escribo es que voy tanteando medio a ciegas. Jamás estoy del todo seguro. Avanzo venciendo la duda, empujando la incertidumbre, siempre empujando. Esa es la pura verdad. No creo en el escritor profesional. Podés tener oficio −y reflexión sobre tu oficio−, pero siempre debe sobrevivir algo amateur en la literatura. Nunca sabés si te salió bien o no. Podés intuirlo, pero la confirmación siempre es externa. Y en ese caso, los premios ayudan mucho. No digo que sean indispensables, pero te legitiman frente al medio y frente a vos mismo.
– Sos un escritor y un docente admirado y respetado por sus pares y lectores. En tus personajes se percibe una desolación que los coloca en el límite de la sordidez. ¿Cómo es ese tránsito, casi de un extremo al otro? Y sobre todo: ¿cómo se vuelve de ahí?
De acuerdo a mi experiencia, la materia narrativa −la carne del texto− es lo más genuino e inmodificable que existe. Aunque suene contradictorio o paradójico, la impostura y la mentira no tienen lugar en el ámbito de la ficción. Las tramas de los relatos que escribo se relacionan con una verdad íntima que desconozco. ¿Por qué razón ciertos temas me convocan? Es algo misterioso que no puedo responder. Es cierto que hay una tensión entre lo que escribo y mi vida. Entiendo que mis textos responden a una mirada que tengo y que en algún momento se hace más o menos manifiesta. En todo caso, lo que siempre me preocupó desde que empecé a escribir es reflejar la otredad que se esconde en lo cotidiano, hacer evidente los pliegues, todo aquello que no se ve a primera vista y que subyace en el día a día. Es un proyecto ambicioso, lo sé, y no estoy seguro de lograrlo siempre. Por supuesto, meterse con esos asuntos tiene que ver con hundir la mano en el barro. Pero a veces la belleza escapa de los lugares habituales y se relaciona con la degradación, con la sordidez, con lo corrupto e, incluso, valga en este caso el oxímoron, con la fealdad. No sé si se vuelve de ahí. De lo que estoy seguro es de que se trata de algo auténtico: la violencia, la rispidez, la indiferencia, la locura, son sustancias concretas que lubrican el tramado de nuestros días mortales, como diría el poeta Joaquín Giannuzzi.
– ¿Cómo es tu trabajo con el lenguaje para lograr, con una gran economía de recursos, en una oración, describir un personaje, una escena, un estado de ánimo sin que el texto resulte –sin embargo- seco?
Creo que la economía es un principio básico en los relatos. Intento trabajar con la mínima expresión posible, desde lo sintáctico y desde la trama. Me parece que la elipsis y la austeridad discursiva le aportan al texto un silencio, una cadencia muda, que contribuye a la tensión de la intriga. Es preferible ser muy discreto para enunciar y apostar, fundamentalmente, a la connotación: que cada sintagma, que cada sustantivo, esté transido de varios sentidos al mismo tiempo. Hay una analogía que me encanta y que siempre uso: los textos que más disfruto se parecen a la torta mil hojas, esa que tiene muchas capas unidas por dulce de leche. Por ejemplo, en Las composiciones de Fritz Kocher de Walser, pasa esto que digo. Bajo una aparente simplicidad se halla la profusión desaforada de un bosque. Con respecto a “lo seco” del discurso, lo trabajo con ciertos detalles que le dan oxígeno a la oración: ciertos adjetivos o ciertos cambios de foco, como un zigzagueo narrativo, que sirven para darle color a la prosa y que, creo en mi caso, se relacionan con mi trabajo con la poesía.
– ¿En qué estás trabajando ahora? ¿Nos podrías contar algo al respecto?
Desde hace un par de años, estoy escribiendo una novela con una estructura que me está dando bastante trabajo. En la trama se conjuga una historia personal de mi primera juventud que vino a cerrarse con una casualidad absoluta hace dos años. También se relaciona con la historia del país, con la arbitrariedad y con la resolución enigmática de los destinos personales. El título provisorio es Hospital Posadas. El “Posadas” es ese hospital inmenso que está a un costado de la autopista del Oeste. La historia empieza en los setenta y termina en el 2011 en ese lugar. Es el punto de llegada, un lugar elíptico y caprichoso de la justicia: el Posadas fue un campo de concentración durante el Proceso. También estoy colaborando quincenalmente con unos textos breves en el blog de la editorial y librería Eterna Cadencia. Mis entradas se llaman Caja de Herramientas. Las escribo con placer porque con ellas resuelve el tema de la ansiedad que supone un proyecto de largo aliento. Con las Cajas… equilibro el ejercicio de paciencia que implica para mí trabajar en un texto largo. Es lo más saludable que encontré. También me sirve escribir relatos cortos y en algo de eso también ando.