Por Cynthia Rimsky
Comprar, tirar, comprar es un documental, producto de una investigación de tres años, transmitido por un canal de televisión española, y que puede verse en youtube, en el que se muestra cómo se producen objetos diseñados intencionalmente para durar solo algunos años, con el objeto de obligar a los consumidores a comprar uno nuevo. Este fenómeno se llama obsolescencia programada y habría partido con la invención de la ampolleta. Los grandes fabricantes comprendieron que si una ampolleta dura toda la vida, la gente no seguirá necesitando ampolletas, y decidieron crear un filamento luminiscente que, al cabo de cierto tiempo, se rompe y nos obliga a seguir comprando ampolletas toda la vida.
La prueba está en una estación de bomberos en Livermore, California. Allí cuelga la ampolleta más antigua del mundo (fabricada antes de que se implementara la obsolescencia programada), que lleva más de cien años encendida, desde junio de 1901. Gracias a una cámara, que tramite online, es posible verla (www.centennialbulb.org/photos.htm). Desde que comenzó la filmación, dos cámaras se han estropeado.
El inventor del concepto actual de obsolescencia programada es Brooke Stevens y lo explica por “el deseo del consumidor de poseer algo un poco más nuevo, un poco antes de lo necesario”. La obsolescencia vendría a satisfacer una necesidad humana y los fabricantes de estos productos desechables solo nos estarían haciendo un favor.
Bajo el mismo concepto está la obsolescencia premeditada; impresoras que incorporan chips de conteo de impresiones y que, llegado a un límite, dejan de imprimir; baterías que tiene “supuestos ciclos de carga” y que, cuando se agotan, sale más barato comprar un dispositivo nuevo que cambiarla. Un fraude consentido por gobiernos y empresas.
Una segunda estrategia es fabricar continuamente nuevos modelos para que en poco tiempo tomemos la decisión de que los antiguos ya no sirven. Esto ocurre, no porque el antiguo haya dejado de funcionar, sino porque la publicidad nos hace creer que los nuevos modelos incluyen una tecnología superior. En la realidad no es así o se trata de mínimas modificaciones sin ventajas significativas para nuestro modo de uso.
Esta sobre producción trae aparejada enormes cantidades de basura tecnológica y la contaminación de mar, tierra y aire con mercurio y plomo. “El 70% de la basura tecnológica del planeta está en China. Guiyu, en la provincia de Guandong, es hoy la ciudad veneno o cementerio de la obsolescencia programada, con los más altos niveles mundiales de dioxina. La exposición cotidiana y sostenida a metales y ácidos tóxicos redunda en unos altísimos índices de enfermedades de todo tipo. Dolencias cutáneas, migrañas, vértigos, náuseas, gastritis crónica, úlceras gástricas y duodenales”. Esto significa un gran aliciente para la industria farmacéutica que ve incrementadas sus ganancias por un aumento en la venta de medicinas.
Hace unos días un amigo me comentó que se le había estropeado la impresora y la llevó al servicio técnico. Le cobraban más dinero por arreglarla de lo que valía una nueva en el mercado, por lo que decidió comprar una, pero aconsejado por un amigo que frecuenta el mercado persa, fue a un local en Franklin que se especializa en impresoras. El empleado le dijo que podía arreglarla por cinco mil pesos, pero tenía que pasarle el dinero antes, porque cuando viera lo que iba a hacer a la impresora, mi amigo no iba a estar dispuesto a pagar los cinco mil pesos, así que le dio el billete. El empleado abrió la impresora y la limpió.
La publicidad nos tiene convencidos de que reparar los objetos implica un gasto de tiempo, en realidad, la pérdida de un tiempo que podríamos destinar a seguir produciendo para generar dinero que nos permita comprar nuevamente los mismos productos fabricados para no durar. El principio de la obsolescencia programada y la publicidad, nos invitan a consumir productos que no necesitamos y que son los pilares de la economía actual.
Hace meses que paso ante una tienda de tres o cuatro piso que se publicita como una tienda para el hogar. El día que la inauguran miro hacia el interior: no puedo creer la cantidad de objetos prescindibles que hay en los anaqueles. Ahora que se aproxima la Navidad, publicistas, fabricantes y exportadores se aprestan a inundar el mercado de objetos que no necesitamos. ¿Qué pasaría si suspendemos por unos minutos el deseo de comprar para preguntarnos por qué vamos a comprar, qué va a significar en nuestra vida cotidiana, cuánta felicidad nos va a proporcionar ese objeto.