Por Cynthia Rimsky
Este verano, invierno en Europa, visité un mercado en Poitiers y otro en Barcelona. Lo que se exhibe ha sido cuidadosamente elaborado por los puesteros o sus proveedores. El valor no está dado por la materia en sí, sino por el procedimiento demoroso y arcaico que se les aplicó. En las carnicerías, la carne cruda corresponde a una mínima parte, el resto es charcutería, carnes adobadas de increíbles formas, envueltas en tocinos, cortadas, pinchadas, con especies o verduras. Lo mismo ocurre en la pescadería, las queserías, las fiambrerías, todos los productos han sido preparados, pre cocinados, reinventados con recetas que evocan penumbrosas cocinas, vapores, ahumadores, frascos, sales y hierbas. Para qué hablar de las verduras en escabeche, las tartas y las comidas para llevar que se venden por gramos.
Mirar y desear se entrelazan. Desplazo la mirada desde mi apetito hacia los propietarios de los locales y descubro que los alimentos fueron seleccionados, comprados, ordenados, pensando en un otro, en este caso yo. Es mi deseo el que ellos desean. Las decisiones de los propietarios están pensadas, dirigidas, para despertar, movilizar y complacer mi deseo.
Qué lejos está de lo que ocurre en este lado del mundo. Salvo excepciones, los propietarios buscan vender y, más allá de eso, ganar dinero. Si eso se puede lograr pasando gato por liebre, se vende gato, se mojan las verduras para que parezcan frescas, se pone más masa que relleno,adelante lo bueno y atrás lo podrido, se oculta la rotura, la hinchazón, el agujero del lado que no podamos verlo. El ingenio y la inteligencia están al servicio del engaño y no de la satisfacción. Da igual al vendedor su honra y le es indiferente mi placer. No están allí para proporcionar satisfacción o alegría, sino para desembarazarse rápidamente de su mercadería y recibir lo más que puedan obtener. Cuántas veces hemos escuchado: “No compensa cocinar tantas horas la carne, no compensa comprar las mejores papas para el puré si total se mezcla con puré en polvo y nadie se da cuenta y, si no le gusta, que coma en otro lado. Para qué ponerle solo choclo al pastel si sale más barato mezclarlo con chuchoca o mantener los precios y reducir las porciones”. La realización personal no tiene lugar en las estadísticas.
En América Latina el otro existe para ser engañado, usurpado, esquilmado. Son los resabios de la forma en la que fuimos asumidos y tratados por los españoles y portugueses durante la Conquista. Eramos inquilinos, esclavos, indios, animales, nunca un otro. Y esto se reproduce hasta el día de hoy en intercambios, circulaciones, tratos y modos.
El reverso es la desconfianza. Como sabemos o creemos saber que del otro lado está la intención de sacar provecho, incluso mediante el engaño y el falseamiento, desconfiamos de todo y de todos. Solo un latinoamericano puede salir de su casa pensando que se lo están “cagando” en el Transantiago, en el Metro, el verdulero de la esquina, la compañía de agua, luz, teléfono, el jefe, la empresa, los fabricantes de pollos, de agua mineral, la isapre, el dueño del restaurante que reduce el tamaño del cuarto de pollo…
Al ver las películas sesenteras de Raúl Ruiz se advierte que el engaño, la farsa, las apariencias, son parte de nuestro ser cultural, sin embargo, antes había una puerilidad y, al mismo tiempo, un pesimismo, una desesperanza o incredulidad, que convertía rápidamente el engaño en descalabro y despropósito; las máscaras caían y seguíamos todos amigos.
Los españoles de hoy se quejan porque su gobierno está implementando políticas que los dejarán en la más completa indefensión, arrojados al lucro, el engaño, la desconfianza y al sobrevive cómo puedas. No pueden creer que nosotros vivimos hace siglos de esa forma y que, como a los animales, nos han brotado sentidos, callosidades, órganos, para sobrevivir en estas aguas. Al contarles que jamás he tenido un contrato de trabajo por más de tres meses y ni hablar de seguro de cesantía, me doy cuenta de lo antinatural que significa acostumbrarse a vivir entre el engaño, la desconfianza y la orfandad.
Paseando por el mercado de Poitiers pensé, tal vez equivocadamente, que con la crisis europea lo que está por perderse es la idea que se tiene de Europa y esa idea tiene relación con la existencia de un otro, del excedente, la gratuidad, la consideración por sobre el lucro, la realización por sobre la avidez, el engaño y la desconfianza; lo que se perderá junto con Europa es la posibilidad de dar y recibir placer, factores que no aportan ganancias para las estadísticas.