Hay una frase en la Vida de Gray, del doctor Johnson, que bien pudo ser escrito en todas esas salas, demasiados humildes para ser llamadas bibliotecas, aunque llenas de libros, donde gente anónima se entrega a la lectura: “… me regocijo de coincidir con el lector común; pues ese sentido común de los lectores, incorrupto por prejuicios literarios, después de todos los refinamientos de la sutileza y el dogmatismo de la erudición, debe decidir en último término sobre toda pretensión a los honores poéticos”.
El lector común, como da a entender el doctor Johnson, difiere del crítico y del académico (…). Lee por placer más que para impartir conocimiento o corregir las opiniones ajenas. Le guía sobre todo un instinto de crear por sí mismo, a partir de lo que llega a sus manos, una especie de unidad- un retrato de un hombre, un bosquejo de una época, una teoría del arte de la escritura. Nunca cesa, mientras lee, de levantar un entramado tambaleante y destartalado que le dará la satisfacción temporal de asemejarse al objeto auténtico lo suficiente para permitirse el afecto, la risa y la discusión. (…) si, como afirmaba el doctor Johnson, tiene voz en el reparto último de los honores poéticos, entonces, tal vez, merezca la pena anotar unas cuantas de las ideas y opiniones que, insignificantes, por sí mismas contribuyen, no obstante, a tan grandioso resultado.
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Fuente: Woolf, Virginia, El lector común, Lumen, 2010.