Por Antonio Tabucchi
La literatura posee un poder inmenso, el de ser capaz de crear algo que antes no existía y que con ella adquiere vida. Sus límites son de orden extrínseco más que intrínseco y dependen del hecho que a menudo el mundo está sordo y no la escucha. La literatura es una gran verdad que se expresa a través de la ficción, pero el mundo la ve como un divertimiento, como algo sin importancia y no le presta excesiva atención. Como he dicho ya, personalmente no experimento ningún tipo de sufrimiento con la literatura en sí misma. La rabia nace después, al comprobar la sordera y la impermeabilidad del mundo, que no acoge al escritor y despierta en él un radical sentimiento de impotencia. Si el mundo hiciera un poco más de caso a la literatura, seguramente recibiría advertencias, consejos e indicaciones muy útiles. Para alejar sospecha de que esté hablando de abstracciones, quiero poner un ejemplo dramáticamente vinculado con la realidad. Durante los años en los que Sciascia escribía sus novelas sobre la mafia, había docenas de sociólogos, politólogos y todólogos que se ocupaban del mismo tema, atiborrándonos de palabras. Nadie como él ha sabido, sin embargo, captar el fenómeno en su esencia con igual verdad y profundidad. Si la sociedad que le rodeaba le hubiera prestado atención, tal vez se hubieran oído menos chácharas y se habría hecho algo de mayor utilidad. Y donde digo Sciascia, podría decir perfectamente Pasolini o Moravia, y no cambiaría nada.
Fuente: Calle del orco