“La buena narrativa origina en la mente del lector un sueño vívido y continuo. Es «generosa» en el sentido de que es completa y autónoma: responde, explícita o implícitamente, cualquier pregunta razonable que el lector se pueda plantear. No nos deja en el aire, a menos que la propia narración justifique su inconclusión. No hay en ella juegos absurdamente sutiles, como si su autor hubiera confundido el narrar con hacer rompecabezas. No «pone a prueba» al lector exigiéndole que posea algún tipo especial de conocimiento sin el cual los acontecimientos carecen de sentido. En resumen, busca satisfacer y agradar, pero sin rebajarse para conseguirlo. Tiene categoría intelectual y emotiva. Es elegante, y efectiva con concisión; es decir, no hay en ella más episodios, personajes, detalles físicos o recursos técnicos de los necesarios. Tiene intención, finalidad. Proporciona ese placer especial que sentimos cuando contemplamos con admiración algo bien hecho. En otras palabras, al darnos cuenta de los auténticos logros del escritor, nos sentimos bien tratados; «¡Qué fácil parece!», comentamos, conscientes de lo espléndidamente bien que ha superado las dificultades. Y por último, en toda historia estéticamente lograda tiene que intervenir, como en la vida, lo extraño, por ordinarios que sean sus ingredientes.”
“La buena novela tiene hondura intelectual y emotiva, lo cual significa que una historia cuya idea central sea estúpida, por brillantemente contada que esté, lo será igualmente.”
“El error más grave de muchas novelas es que no empiezan por el personaje, sino por la situación. El personaje es la vida de la novela. El ambiente existe sólo para que el personaje tenga un entorno en el que moverse, algo que ayude a definirlo. El argumento existe para que el personaje pueda descubrir algo de sí mismo, y, en el proceso, revelar al lector cómo es él realmente: el argumento obliga al personaje a decidir y a actuar, lo transforma de estética construcción en ser humano vivo que toma decisiones y paga las consecuencias u obtiene recompensas.(…)En casi toda buena novela, la forma básica -casi ineludiblemente- de la trama es: un personaje central quiere algo, lo persigue a pesar de la oposición que encuentra (en la que, quizá, se incluyan sus propias dudas) y gana, pierde o se inhibe.”
“En la mejor ficción narrativa, la trama no es una sucesión de sorpresas, sino una sucesión cada vez más emocionante de descubrimientos, o de momentos de comprensión. Uno de los errores más habituales de los escritores noveles (de los que entienden que escribir novela es contar historias) es creer que la fuerza del relato radica en la información que se retiene, es decir, en que el escritor consiga tener al lector siempre en sus manos, para descargarle el golpe definitivo cuando menos se lo espera. La ficción avara es aquélla en la que el autor se niega a tratar al lector de igual a igual.”
“A mí me parecía que nada de lo escrito valía la pena. (…) Para entonces, ya había descubierto la dolorosa verdad que todo joven escritor comprometido debe afrontar: está solo”.
“Escribir con buen gusto, en el sentido más elevado del término, equivale a escribir a sabiendas de que una de cada cien personas que nos lea puede estar muriéndose, o puede estar asistiendo a la muerte de un ser querido; equivale a escribir de modo que nadie se suicide, que nadie desespere; escribir, como escribió Shakespeare, de modo que las personas entiendan, sientan simpatía, comprendan la universalidad del dolor y se vean fortalecidas, si no directamente animadas a seguir viviendo. Con esto no quiero decir, por descontado, que el escritor que no tenga una experiencia personal del dolor y del terror jamás deba escribir a la ligera, humorísticamente; tan sólo pretendo señalar que todo escritor ha de ser consciente de que puede ser leído por los desesperados, por personas que pueden dejarse inclinar hacia la vida o hacia la muerte. Tampoco pretendo indicar que los escritores deban escribir desde un punto de vista moral, como predicadores. Sobre todo, no pretendo indicar que los escritores deban mentir. Sólo pretendo recomendar que piensen, siempre, en el daño que por inadvertencia pueden causar y que también pueden evitar.”
“El verdadero artista nunca se halla tan perdido en su mundo imaginario como para llegar a olvidar el mundo real, en donde los adolescentes tienen una propensión química a la angustia, las personas de treinta y tantos o cuarenta y algunos propenden al divorcio y las personas de setenta y tantos tienden a la soledad, a la pobreza, a la autocompasión y también a la ira. El verdadero artista elige no ser nunca un mal médico. Obtiene su sentido de la valía y del honor a partir de su convicción de que el arte es poderoso, incluso el arte de mala calidad».