Por Hugo Correa Luna*
Suelo recomendar, en cursos y talleres, que se fijen un horario. La escritura es entre otras cosas un ejercicio disciplinado. Por eso, mi recomendación habitual es que se pongan un horario de agenda: un día y una hora en que se dedicarán a escribir.
Digamos, por decir, a modo de ejemplo: miércoles de 19 a 20 -si pueden más, mejor-. ¿Cuál es el sentido de esto? Que nos organiza, que yo sé a lo largo de la semana que el miércoles a esa hora me voy a sentar frente al papel o la computadora. Entonces, todos nuestros deseos de escribir confluyen ahí, a llegar a ese momento para escribir y, consciente o inconscientemente, se nos van armando las ideas con ese rumbo, para confluir ahí, con el fin de llegar a ese momento con cosas en la cabeza.
Esta es una de las razones. La otra, más práctica, es, para aquellos que no viven solos, que todos en la casa saben que ese horario está ocupado. No es poca cosa: solemos dejarlo para los momentos libres y esos momentos libres son azarosos. Puede pasar que, cuando uno tiene un momento libre y está como bobo mirando para arriba y tratando de cazar ideas, venga alguien y le diga: “che, ya que estás al cuete, ¿por qué no vas a comprar el pan?”. Pero si los demás saben que a esa hora estamos ocupados, aunque nos vean así, empieza a organizarse todo un poco mejor. Sea como sea, viva solo o rodeado de gente, los ratos libres son imprevisibles y nos pueden agarrar con ganas de otra cosa.
Esa cosa extraña que llamamos dudosamente inspiración puede llegarnos o no. Pero si uno se pone, en lugar de esperarla sale a buscarla. Por eso: ármense un espacio, un tiempo, aunque solamente sea de una hora semanal, y van a ver cómo el mundo de la escritura ha dado un paso.
*Tomado del curso “Los pichiciegos”, a cargo de Hugo Correa Luna, en la Escuela de Escritura Online de Casa de Letras.