Por Adrián Sandoval
Sería remiso y en la frontera de la ignorancia de mi parte no comentar la riqueza referencial, uno de los pilares de la poética Ramos Sucre. Perdón: será.
El libro está en lo que sobrevive conmigo de mi librería, ascuas de viejos fuegos y sus formas, heredado por un amigo cuya atención he subestimado. No lo dedicó. El luto de la reina coronado, no por maleducadas notas, sino por un marcalibros con una llave que no abre nada. Dos fotografías: mi abuelo muerto con quien solía ser en brazos, yo y mi hermana sobre la grama, una hoja seca. Otro marcalibros con una dedicatoria. La fotografía de un músico dónde reside un poeta, infames por nunca terminar de vivir. Una carta de amor que hubiese asesinado a un hombre mejor que yo.
Viviana prohíbe en el noiresco poema la cacería del cuervo, augurio de memoria, el muerto rey. Cementa misterio. Reina y cumanés sin ni susurrar recuerdan: memoria y muerte se llevarán de la mano. Café y leche, whisky y hielo, cielo y nubes, dedos y teclas. Igual que ella, su tez de jazmín mejorada, he prohibido leer esta carta, estas fotos, flechar el corazón de estos pasados. En momentos de debilidad leo el poema y encuentro sus palabras, miradas, en las ramas inexpugnables. Un cuervo aletea.
La venganza de Viviana
Por José Antonio Ramos Sucre
Yo permanezco de pies en presencia de la señora. He imaginado, para su belleza de ícono, la estola bizantina y la corona de esmeraldas y berilos.
El traje de luto mejora su tex de jazmín. He visto, durante mi correría por España, la flor primorosa de los infieles.
La señora está sentada en una silla de roble y mira, por la ventana, el bosque maligno. Los soldados de César temieron atravesarlo, según escribe un monje elocuente.
El señor desapareció en la primera mañana de su viaje y el caballo volvió solo, dando señales de pesadumbre.
El cielo arroja sobre las amenas, un cuervo fugitivo.
La señora ordena guarecerlo y prohíbe su caza a los arqueros.