Por Roberto Bolaño
Levantarse temprano, sentarse delante del computador y ponerse a trabajar. Escribir mucha porquería que se eliminará. Tengo un método más bien riguroso, trabajo las estructuras, las infraestructuras de la novela; elaboro mucho el argumento, el cual se va arrastrando durante mucho tiempo hasta quedar totalmente claro. Sin duda, la estructura te da previamente el orden del material, la estructura es el material, el argumento entra dentro de la estructura, está todo preparado a partir de allí.
Pulir el texto es como el vaciado en la escultura: corregir, leer, releer. Cada vez corrijo menos, cada vez creo que tengo más oficio. Sin embargo, en cuanto a la corrección del texto el de Flaubert me parece el proyecto más radical. Soy incapaz de pasarme cinco u ocho años escribiendo una novela. Pero en relación con el tiempo de sedimentación del texto, estoy más cercano a Stendhal que a Flaubert. El primero tardó cincuenta y tres días en escribir La Cartuja de Parma. Eso es un escritor. Es el novelista en todos sus aspectos, me siento más cercano a él incluso en la sexualidad.
A mí me pidieron una vez que escribiese un decálogo de cómo se debería escribir un cuento, lo hice en plan de broma, pero el último de los puntos iba bastante en serio, decía que los dos más grandes cuentistas eran Anton Chéjov y Raymond Carver. Para mí Carver es un cuentista gigantesco, mejor aun que Hemingway, la capacidad de crear en cualquier situación una atmósfera que pesa, es inigualable. Todos hemos aprendido de ese relato atmosférico que le llaman, que te pesa a ti como lector, que los personajes se mueven apartando cosas, sientes la presión física, como si estuvieras en otro planeta, en otra gravedad.