Por Roberto Bolaño
-Yo empecé escribiendo poesía. Al menos cuando empecé a escribir en serio, cuando la apuesta era a vida o muerte, que es una forma un poco exagerada de decirlo pero se parece, lo que escribí era poesía. Y leí muchísima poesía. Y siempre he admirado las vidas de los poetas, esas vidas tan desmesuradas, tan arriesgadas. Y en ese sentido tal vez, sólo tal vez, ese amor mío por la poesía y por los poetas se refleja de alguna manera en algunos de mis libros. Además yo como poeta no soy nada lírico, soy completamente prosaico, cotidiano. Mi poeta favorito, Nicanor Parra, dice que no habla de crepúsculos ni de damas recortadas sobre el horizonte sino de comidas y de ataúdes. El “Manifiesto antipoético” de Nicanor es poesía de la más pura.
-Ahora, ¿qué es poesía? Para ir a la pregunta casi retórica de Gustavo Adolfo Bécquer…
-Poesía eres tú. Esa es la respuesta. La respuesta es una soberana estupidez, pero creo que es la única posible. No sé qué es poesía, sé quiénes estuvieron cerca del fenómeno poético. Para mi Rimbaud y Lautreamont siguen siendo los poetas por excelencia. El camino de ellos es el camino de la poesía. Para mí la poesía es un gesto que tiene mucho del adolescente frágil e inerme que apuesta lo poco que tiene por algo que no se sabe muy bien qué es y que generalmente pierde. Alfred Jarry para mi es un gran poeta contemporáneo, aunque escribió poca poesía. No sé realmente qué es poesía.
-Hablando de Rimbaud, hay unos primeros poemas donde cuenta una visita a París, cuando vaga feliz y libre y siente una especie de éxtasis. ¿Has sentido tú ese momento, ese estado de gracia en la literatura?
-Yo creo que todos los escritores, incluso los más mediocres, los más falsos, los peores escritores del mundo, han sentido durante un segundo la sombra de ese éxtasis. Sin dudas eso no lo han sentido porque el éxtasis tal cual, quema. Si alguien dice que lo siente y luego retorna a su mediocridad existencial es evidente que no se ha metido allí, porque el éxtasis es terrible. Es abrir los ojos ante algo que es difícil de nombrar y difícil de soportar.
-¿Ese éxtasis de Rimbaud, de Baudelaire, se puede sentir en la narrativa, en la novela?
-Yo creo que la mejor poesía de este siglo está escrita en prosa. Hay páginas del Ulises de Joyce, o de Proust o de Faulkner, que han tensado el arco como no lo ha hecho la poesía. Es donde realmente te das cuenta de que el escritor se ha metido por una senda donde nadie antes se había metido.
Y yo haría una precisión acerca del éxtasis baudeleriano respecto del rimbaudiano. Baudelaire es “el” poeta. Pero es el poeta adulto. Y yo hablaba del poeta adolescente. Baudelaire sabe muy bien lo que está haciendo, sabe que está innovando, maneja la técnica de una manera soberana, es dueño de todos sus recursos. Y en ese sentido no es frágil, es una roca, es fuertísimo, es como Whitman… Si bien no se parecen en nada, son escritores que, aunque aparentan ir por la desmesura, en realidad son de un gran sentido común. En el centro de la literatura básicamente está el sentido común. Baudelaire, que era un drogadicto y un borracho, es un pater familias, el abuelo sensato que nos muestra el camino y sus herramientas para abrirlo. A partir de él ese camino queda no sólo abierto sino pavimentado. Rimbaud y Lautreamont son los dos poetas adolescentes absolutos en los que la pureza es tal que quien se atreva a tocarlos se quema.
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