Por Pablo Demián López*
Una de las películas que más veces vi en mi vida fue “Volver al futuro”. A finales de los ochenta, cuando todavía era un pre-púber, conseguí grabarla de la televisión a VHS (una rudimentaria máquina mecánico-magnética del pasado) y la usaba para tener a mi hermana menor entretenida cuando me tocaba hacer de niñero. Era eso, la Sirenita o el Rey León.
Así nació mi fascinación por los viajes en el tiempo, y seguramente por la ciencia ficción en general, que de alguna forma, es siempre un viaje al futuro.
De todos modos, conforme fui creciendo me ganó la generalizada opinión de que el asunto era un tema superficial y escapista, un entretenimiento para la mente ociosa con la función de evadirnos de las responsabilidades del presente, aunque no por eso dejé de disfrutar de los libros y películas que abordan el asunto, de entre las cuáles una me impresionó especialmente (si bien recién ahora empiezo a entender por qué): “12 Monos”, de Terry Gulliam.
Resulta que pocos años después descubrí que la película está basada en un cortometraje de principios de los sesenta de Chris Marker, llamado “La Jetée”, realizado casi exclusivamente con fotografías en blanco y negro, una voz en off y algunos sonidos ambientales, salvo por un plano corto en el que una mujer pestañea.
La bajé hace por lo menos cuatro años, pero no me animé a verla hasta hace poco, no sabría decir por qué la tuve ahí frizada, pero seguramente así tenía que ser. Desde que la ví comencé a creer seriamente que el tema esconde mucho más que una fantasía evasiva: bajo sus artilugios yace una especulación filosófica sobre la lógica del tiempo humano, es decir, sobre cómo se produce la Historia y como se construye el futuro en el presente.
En “La Jetée”, en un futuro posterior a una guerra apocalíptica, la humanidad sobrevive precariamente en túneles subterráneos y un grupo de científicos cifra la única posibilidad de supervivencia de la especie en la hipótesis del viaje en el tiempo.
Someten a los sobrevivientes a experimentos químicos mediante los cuáles en principio pueden viajar al pasado con la mente, algo aparentemente más fácil, con la esperanza de después lograr viajar a un futuro del cual obtener la clave de la supervivencia en el presente.
El personaje principal tiene una especial fijación con una escena de la infancia, la cara de una joven en un aeropuerto, hermosa, primero alegre, de pronto aterrorizada, porque ve morir delante suyo al hombre que esperaba.
Esa imagen es el único recuerdo que ha sobrevivido nítidamente tras la terrible guerra que lo arrasó todo, y su fijación es tan fuerte, que cuando es sometido al experimento logra recrear a partir de ella todo el mundo de su infancia, transita por él ya adulto, y encuentra a la mujer de su recuerdo.
Cada vez que es viajado en el tiempo, continúa su relación con ella, comparten paseos, charlas intrascendentes, mientras los científicos se frotan las manos con la potencia mental que ha permitido semejante reconstrucción del pasado.
Por ello deciden entonces que pueden intentar con este sujeto el necesitado viaje al futuro.
Allí él se encuentra con unos humanos distintos en un mundo indefinido, logra comunicarse con ellos telepáticamente y les pide la fuente de energía que necesitan en el pasado para poder sobrevivir al momento crítico por el que atraviesan.
Desde el futuro le proporcionan un pequeño dispositivo capaz de producir una energía casi infinita, y con ello la Humanidad, a la larga, es salvada de su crisis.
Pero él todavía está en ese tiempo decadente y subterráneo y sólo sueña con reencontrarse con la mujer de su recuerdo, que se le ha vuelto tan viva como dolorosamente ausente.
Entonces los humanos del futuro se le aparecen en sueños y le comunican que pueden cambiarlo de tiempo si él lo desea, ya que gracias a él se ha podido salvar el futuro de la Humanidad.
Él pide volver al tiempo de su infancia, para estar con la mujer de la que se ha enamorado, y así vuelve, y va a buscarla para poder estar con ella en la época anterior a la guerra, para la que faltan aún muchos años que pueden ser vividos juntos, va a encontrarse con ella en un aeropuerto, la ve en la plataforma, corre hacia ella, pero uno de los científicos del mundo subterráneo descubre su fuga al pasado, aparece entonces en el aeropuerto y lo mata de un disparo, muerte que es la que él mismo contempla cuando aún es niño y está en el aeropuerto, y que fija la cara de su amada en su memoria aún antes de haberla amado.
Lo que en un primer momento aparece como un desafío a la temporalidad natural, a la separación entre el pasado, el presente y el futuro, se revela al final como la lógica secreta del tiempo no lineal de la humanidad: todo ya había ocurrido desde el principio, él, de niño, había presenciado su propia muerte adulta gracias a la posibilidad del viaje en el tiempo. Entonces el viaje en el tiempo aparece como inherente a la lógica del tiempo, no como su trasgresión.
Es interesante ahora destacar una diferencia fundamental en la versión de Guilliam, “12 Monos”. Ahora el personaje, ubicado sí en un futuro post apocalíptico y subterráneo, es enviado al pasado para averiguar cómo se llegó a producir la catástrofe, para así tal vez intentar evitarla, aunque todo siempre es confuso en el lenguaje del director inglés, lo que debe quedar claro es que la salvación buscada por los científicos no está puesta en un encuentro con el futuro, como en “La Jetée”, sino en una rectificación del pasado. Cuando vemos la muerte del personaje en ese pasado, presenciada por él mismo cuando era niño, la idea que se cierra parece ser que no hay manera de intervenir en el pasado, el pasado ya está constituido incluyendo las intervenciones que se le han hecho desde el futuro. Pero lo más importante, la dimensión utópica quedó desterrada de la trama. No es casualidad que la película se estrenara en 1995, en el pico de la anti-utopía filosófica del Fin de la Historia de Fukuyama.
En “La Jetée” de 1962, debo insistir, el viaje al pasado no es pensado como el modo de intervenir para salvar el presente, sino que había servido nada más que como campo de pruebas para intentar el verdadero viaje que salva al presente, que es el viaje al futuro.
En “Volver al futuro”, en cambio, el viaje de Marty al pasado es accidental, allí toca sin querer su historia familiar, y ve como empieza a desaparecer de una foto que conserva de 1985, de donde el viene. Casualmente su madre se enamora de él en lugar de su padre, pero se resuelve el entuerto, tras recuperar su propia autoestima gracias al enamoramiento materno cuasi incestuoso, logra que su madre se enamore de su padre, y vuelve a 1985, donde las cosas han cambiado por su intervención, para mejor. Es decir, el presente puede mejorarse haciéndole unos retoques al pasado, aunque sea un juego delicado y peligroso. Supongamos que él no hubiera conseguido reparar su error, que su madre no se enamora de su padre por su culpa: Marty no existiría, pero si no existe, ¿quién fue el que se entrometió por error e hizo que sus padres no se conozcan, y que por lo tanto impidió su propio nacimiento? Eso es imposible, una super-paradoja, todo fue siempre como es.
Esa familia, hasta 1985, era decadente y desgraciada, pero a partir de ahí, de pronto, su hijo viaja al pasado, cambia todo en 1955 y treinta años de historia se reescriben para todos, menos para él, que es el único que conserva la memoria del pasado tal cuál había sido antes que él lo modifique. O podemos verlo de otra manera, el único que vivió la vida familiar como algo decadente siempre fue Marty, hasta que “visita” el pasado en el que sus padres se conocieron, se reconcilia con su historia familiar, y cuando vuelve al presente ve todo tal como siempre fue, una familia feliz y exitosa. La historia y el tiempo son aquí un “asunto de familia”. Desde los ochenta de Reagan, una época que ha abandonado definitivamente los ideales de los sesenta, una visita al pasado mítico de los cincuenta nos reconcilia con la nueva forma del american way of life.
En cambio, La Jetée, con su viaje al futuro para salvar al presente, proyecta la humanidad a una dimensión trascendente.
¿No existiría acaso en los confines del futuro la posibilidad del viaje en el tiempo?
No hace falta que esté cercano, puede ser en cincuenta años, cien, mil, diez mil, cien mil años en el futuro, una humanidad seguramente diferente a la actual habrá aprendido a viajar en el tiempo, si creemos en la ciencia y en la evolución humana.
Entonces, podemos suponer que ya están contemplándonos, desde un punto en el que se debaten tal vez sobre si intervenir en el pasado (nuestro presente) o no hacerlo.
Tal vez de ahí vienen nuestros dioses omniscientes, nuestros visitantes del espacio, nuestras visiones místicas, nuestras intuiciones inexplicables, de ese futuro de la humanidad que viaja al pasado intentando acelerar la Historia, acortar el camino hacia un estadio superior de la civilización.
Podríamos pensar que quisieron revelarle la fuente de la energía atómica a Einstein, lo iluminaron con una intuición, la fórmula sintética que relaciona energía y masa a la velocidad de la luz, porque creyeron que era la persona adecuada como para hacerse cargo de semejante idea.
Imaginaron tal vez que nos ahorraríamos un siglo XX de devastación petrolífera, pero no imaginaron que con esa energía se construirían bombas atómicas que pondrían en riesgo a la humanidad. Tal vez entonces esa fuente de energía provenía de un futuro más civilizado, y sin embargo, al ser otorgada antes de tiempo a una humanidad demasiado envuelta en la codicia territorial, nada salió como se pretendía.
Tal vez muchos avances tecnológicos nos hayan llegado desde el futuro, hasta el punto en que el futuro mismo peligró, punto en el que nuestros observadores del después han decidido detenerse y dejar que todo siga como viene, que nos arreglemos con lo que tenemos ahora, porque el problema se ve que no era tecnológico, sino del uso que hacen de la tecnología las sociedades humanas actuales, es decir, que el problema humano actual es social, y por lo tanto, político.
¿O decidirán enviarnos desde el futuro algunas innovaciones políticas para los problemas sociales de la humanidad? ¿no lo habrán intentado también? ¿habrán nacido en el futuro algunas sorprendentes innovaciones políticas o sociales?
En todo caso, se presentarían bajo la forma de ocurrencias, de ideas nuevas que nunca sabemos bien cómo surgen ni de dónde salen, por lo que no cambiaría mucho nuestra experiencia subjetiva del tiempo, nuestra necesidad de actuar o decidir en el presente hacia el futuro, ¿o sí?
La posibilidad de que algunas de nuestras ideas o imaginaciones hayan nacido en el futuro, o la posibilidad de que nos estén mirando con atención desde una humanidad evolucionada, ¿cambia en algo qué decidimos hacer con lo que se nos ocurre?
La certeza de que existe un futuro en el que las miserias del presente han sido erradicadas, ¿cambia nuestra visión del presente, nuestras decisiones? ¿será lo mismo creer en el futuro que creer en el “más allá”, en “el otro mundo”?
Tal vez “La Jetée” es un mensaje enviado desde el futuro, que tomó la forma de una ocurrencia del autor. De cierta manera, es una máquina del tiempo, una visita al pasado que cambia el presente re-habilitando el pensamiento del futuro.
*Alumno de la Escuela de Escritura Online de Casa de Letras.