No garabatees una historia de seis mil palabras antes del desayuno. No escribas demasiado. Concentra tu esfuerzo en una historia, en lugar de disiparla en más de una docena. No te empaches e invita a la inspiración.
Imponte un límite y comprueba qué haces a diario con ese objetivo; acumularás más palabras con criterio al final del año.
Estudia los trucos de los escritores que lo han logrado. Ellos han dominado las herramientas con las que tú te estás cortando los dedos. Ellos hacen cosas, y su trabajo incluye la evidencia velada de cómo puede hacerse. No esperes a que algún buen samaritano te lo cuente, sino hazlo por ti mismo.
Comprueba que tus poros están abiertos y tu digestión es buena. Esta es, estoy seguro, la regla más importante de todas.
Mantén un cuaderno. Viaja con él, come con él, duerme con él. Vierte en él cada pensamiento mundano que chisporrotee en tu cerebro. El papel barato es menos perecedero que la materia gris, y los surcos de un lápiz de plomo duran más que la memoria.
Y trabaja. Deletréalo en mayúsculas. TRABAJA. TRABAJA todo el tiempo. Averigua cosas sobre esta Tierra, este Universo; esta fuerza y materia, y el espíritu que brilla a través de la fuerza y la materia desde la larva a la deidad. Y con todo esto quiero decir: TRABAJA para una filosofía de vida. No importa lo equivocada que pueda ser tu filosofía de vida, siempre y cuando tengas una y la uses bien.
Buena salud; trabajo y una filosofía de vida. Debiera añadir, no, hay que añadir una cuarta: sinceridad. Sin ésta, las otras tres son en vano; con esto puedes aspirar a la grandeza y a sentarte con los gigantes.